La carga de entrenamiento debe entenderse como la sumatoria de influencias dirigidas al organismo del deportista, seleccionadas y organizadas de forma tal que, finalmente, incrementen el nivel de su capacidad de trabajo especial.
En la práctica deportiva la carga de entrenamiento se estructura sobre la base de la experiencia y de la intención del entrenador por cuanto, hasta el presente, no se han establecido suficientes condiciones objetivas para realizarlo por otra vía. La principal causa de esta situación radica en la ausencia de investigaciones especialmente diseñadas para el estudio de las tendencias que relacionan el estado funcional del deportista con las cargas y entrenamiento. En gran medida esto se enlaza con las dificultades metodológicas para valorar, adecuadamente, el nivel de la capacidad de trabajo especial del deportista. Los denominados test pedagógicos o ejercicios de control ni siempre, ni en todos los deportes, contienen toda la información necesaria y, como regla, brindan una muy general valoración del nivel de la preparación especial del deportista. El resultado deportivo tampoco siempre, ni en todos los deportes, puede ser empleado para evaluar la calidad del proceso de entrenamiento. Orientarse hacia la denominada “forma deportiva”, como recomiendan algunos especialistas, no constituye tampoco una salida ideal para resolver el problema. El concepto de “forma deportiva” es sumamente impreciso y muy difícil de calificar cuantitativamente. Además de ello, el concepto como tal y su modo de aparecer relacionado con el deporte, caracterizan el estado de preparación del deportista para participar en la competencia y no va más allá de eso.
En los últimos tiempos esta sustancial diferencia se está eliminando exitosamente. Se han desarrollado medios instrumentales objetivos para valorar cuantitativamente el estado del deportista, teniendo en cuenta la especificidad del régimen de movimientos presentes en la actividad deportiva. Mayores resultados se han logrado en la solución del problema planteado en los deportes cíclicos y, últimamente, en los deportes de fuerza-rápida. También se crean posibilidades favorables para la amplia diversificación de las investigaciones especialmente orientadas a esclarecer los principios de la relación entre las cargas y el estado del deportista y, en consecuencia, trabajar científicamente el problema de la estructuración de las cargas de entrenamiento y su organización racional.
En condiciones de laboratorio se han desarrollado un gran complejo de investigaciones orientada de manera especial al estudio de la relación entre el estado del deportista y las cargas de entrenamiento. Estas investigaciones se han realizado en dos sentidos, tanto mediante la observación pasiva de la dinámica del estado del deportista de alta calificación en dependencia del contenido, del volumen y de la organización de las cargas de entrenamiento, como en forma de experimentos activos, naturales, en los que se ha comprobado la efectividad de una u otra variante de contenido u organización de las cargas de entrenamiento en el ciclo anual o en alguna de sus etapas.
El análisis del material obtenido permite observar una gran diversidad en la distribución de las cargas. Esta condición excluye la posibilidad de emplear el análisis estadístico y posibilita solo un lógico análisis individual, aunque, en algunos tipos de deportes y, principalmente en deportistas aislados de alta calificación, el análisis estadístico resulta aplicable.
De los resultados de las investigaciones en esta dirección debe señalarse que, con el incremento de la maestría del atleta, la distribución de las cargas en el ciclo anual manifiesta una tendencia hacia la regulación. Conjuntamente, en lo relativo al equilibrio en la distribución del volumen de las cargas y la utilización paralela de los medios de preparación general, especial y técnica, se entremezclan el carácter multilateral del volumen de las cargas y la tendencia a la concentración de medios de una u otra dirección priorizada en determinada etapa de preparación.
Esto evidencia que, con el incremento de la maestría del deportista, empíricamente se encuentran variantes racionales de estructuración del entrenamiento y si en ellas se encuentran diferencias en el volumen de las cargas esto, en los límites del ciclo anual, sigue un sistema bien definido. Al mismo tiempo, es interesante indicar que la mayor significación en el desplazamiento de la dinámica de las cargas se relaciona con los meses de mayor volumen de medios empleados.
Debe también subrayarse que los medios de estructuración del entrenamiento, de los deportistas de mediana y alta calificación, resultan sustancialmente diferentes. Esto obedece no solo a la falta de experiencia de los jóvenes deportistas, que evidentemente está presente, sino también manifiesta el principio de las diferentes exigencias para la organización de la preparación en la etapa maestría, que surgen del alto nivel de la capacidad de trabajo especial alcanzado por el deportista, condición indispensable para el perfeccionamiento de la productividad de la maestría técnica y, finalmente, del calendario y la importancia de las competencias
Naturalmente que esta falta de regularidad en las cargas de entrenamiento está condicionada, en gran medida, por la irregularidad de la dinámica del estado del deportista durante el ciclo anual, que no se enlaza con la periodización tradicional del entrenamiento y con el calendario de las competencias. De aquí la baja efectividad del entrenamiento en general y la no plenamente exitosa participación en las competencias.
Conviene indicar que no resulta justificado esperar o exigir que todos los deportistas se entrenen bajo un plan único. Cada deportista tiene derecho a una vía individual de estructuración de su entrenamiento y es este uno de los principios de la teoría del entrenamiento deportivo. Independientemente de lo señalado con anterioridad sobre la diferenciación como base fundamental para la estructuración del entrenamiento, esto ya no se puede explicar, como ocurre con frecuencia, solo con la individualidad del deportista. Indica más la ausencia de sistematicidad en la organización de las cargas y también la violación de los principios metodológicos efectivos en su estructuración para deportistas de alta calificación.
El análisis de numerosos ejemplos permite relacionar con las insuficiencias en la estructuración del ciclo anual de entrenamiento de los deportistas de alta calificación, en particular de deportes cíclicos, la utilización simultánea de volúmenes de carga en todas las zonas fisiológicas de potencia, una irracional correspondencia de los volúmenes de carga con los mecanismos de aseguramiento energético aerobio y anaerobio y la desacertada utilización de uno u otro punto de
vista en el empleo de la dinámica del nivel de la capacidad de trabajo especial de los deportistas.
Las insuficiencias señaladas, naturalmente, no son generales pero si lo suficientemente representativas y su eliminación constituye una gran reserva para la racionalización y el incremento de la efectividad de la preparación de los deportistas de alta calificación.
El incremento del volumen de las cargas de entrenamiento se interpreta como una tendencia progresiva, lo que resulta plenamente correcto, sobre todo para los deportes de carácter cíclico, teniendo en cuenta que los resultados de alto rendimiento descansan en el volumen de las cargas.
Sin embargo este no es el único, ni siquiera el camino fundamental, para incrementar la efectividad de la preparación del deportista. Significativamente mayores son las reservas que se encierran en la racionalización del proceso de entrenamiento a cuenta del incremento de la efectividad del contenido y de la organización de las cargas de entrenamiento. En relación con esto aparecen interrogantes sobre cuales son los criterios que determinan el límite óptimo, objetivamente indispensable, para alcanzar la máxima posibilidad de incremento del nivel de capacidad de trabajo especial del deportista durante el ciclo anual.
Como se ha señalado antes, para cada momento del proceso de entrenamiento el organismo dispone de una determinada reserva de adaptación, es decir, de la posibilidad potencial de alcanzar un nivel funcional más elevado bajo la influencia de cargas de entrenamiento sistemáticas. La magnitud de esta reserva de adaptación, es decir, la posibilidad real de incrementar los índices funcionales, está determinada por la fuerza de los factores de orden biológico que la limita. Para su plena concreción se requiere de un complejo de acciones de entrenamiento, completamente definidas por su fuerza, cantidad y duración.
En otras palabras, el contenido, el volumen y el orden de empleo de las cargas de entrenamiento deben ser aquellos que garanticen la plena movilización de las reservas funcionales de adaptación del deportista. Si los medios potenciales de entrenamiento y el volumen general de las cargas resultan insuficientes, las reservas funcionales de adaptación no pueden emplearse por el deportista y la efectividad del entrenamiento resulta baja, o a la inversa, el incremento de fuertes acciones de entrenamiento conducen a alteraciones de carácter patológico.
La magnitud de la reserva funcional de adaptación es un criterio útil, que determina objetivamente el volumen de entrenamiento y que, naturalmente, depende del nivel de preparación del deportista. Esto explica por qué el potencial de cargas de entrenamiento se corresponde con el estado funcional del deportista y el incremento de uno está condicionado a la elevación del otro.
Resulta evidente que el empleo de la reserva funcional de adaptación, que se manifiesta sin desviaciones, con el incremento escalonado de los indicadores funcionales, no puede ser ininterrumpido. Las influencias del entrenamiento deben intercalarse con pausas indispensables para la recuperación de los recursos energéticos y de la estabilización del organismo en el nivel funcional alcanzado.
Hasta el presente no existe un método directo para la determinación de la reserva funcional de adaptación y su magnitud puede ser valorada por métodos indirectos sumamente aproximados. Estos últimos pueden ser, por ejemplo, la observación de los cambios de los indicadores funcionales bajo la influencia de efectos ininterrumpidos de entrenamiento y la determinación del momento en que ellos alcanzan su meseta, es decir, se estabilizan y se detiene el incremento. La envergadura alcanzada durante este proceso por el incremento relativo de los indicadores funcionales, puede caracterizar la magnitud de la reserva funcional de adaptación para una situación determinada y la cantidad de trabajo realizado indica el volumen de las cargas de entrenamiento que, objetivamente, resultan indispensables para su completa movilización. De lo anterior se deriva que el procedimiento requiere de un determinado experimento metodológico, adecuadamente concebido y lo suficientemente concreto, que informe sobre las potencialidades del entrenamiento, el empleo de las cargas y la racionalidad en su organización.
El análisis de los resultados de experimentos de laboratorio, modelados específicamente para evaluar la preparación en deportes de fuerza rápida y su comparación con informaciones obtenidas en observaciones realizadas en el desarrollo de entrenamiento en condiciones de terreno, en deportistas de alta calificación, permite subrayar los siguientes aspectos:
Existe la posibilidad de definir tres límites que marcan la acción continua de los efectos del entrenamiento dirigidos a la movilización de la reserva funcional de adaptación del organismo del deportista. El primero de ellos está determinado por la carga simultánea de estímulos de entrenamiento ininterrumpido, es decir, el volumen y la duración de la carga que se aplica, superada la cual ya no resulta posible que aparezcan incrementos en los indicadores funcionales y puede conducir a efectos negativos. Ante una gran concentración de volúmenes de carga, este límite aparece, como media, luego de 5-6 semanas, después de las cuales se requiere de una pausa de recuperación.
Teniendo en cuenta, sin embargo, que una de estas “ cargas simultáneas “ puede no ser capaz de agotar la reserva funcional de adaptación y debe, por tanto, aplicarse una segunda “ carga simultánea”, no resulta conveniente conducir al organismo al pleno agotamiento de sus recursos energéticos ya que esto implica una mayor prolongación de la recuperación. Conviene limitar la duración de estas etapas ininterrumpidas de trabajo físico a 4-5 semanas, de las cuales la última se enlaza con la recuperación.
El segundo elemento limitante radica en la cantidad de estas etapas de cargas concentradas separadas por fases de recuperación, indispensables para movilizar la reserva funcional de adaptación del organismo. Estas etapas pueden ser tres, ante lo cual los indicadores funcionales, y su expresión gráfica, se manifiestan de forma escalonada y sin desviación llegan hasta su meseta de estabilidad. La práctica experimental demuestra que una cuarta etapa concentrada de cargas de entrenamiento no solo no brinda resultados positivos, sino que puede conducir a situaciones desagradables, como el denominado estado de sobreentrenamiento. Como medida, la serie de tres etapas de concentración de cargas ocupa entre 12 y 14 semanas.
Resulta indispensable subrayar que la duración de esta serie se relaciona solo con aquellos casos en que se aplica una elevada concentración de cargas de trabajo, cuando las cargas son moderadas, la duración de una etapa puede extenderse hasta 6 semanas y la duración de la serie de etapas puede alcanzar de 16 a 20 semanas.
Finalmente, el tercer elemento limitante del número de etapas está determinado por la cantidad de etapas simultáneas de cargas de entrenamiento. En el ciclo anual, estas series, incluyendo las etapas consideradas como de recuperación, pueden ser dos. No se excluye la posibilidad de aplicar tres en aquellos deportes en que la periodización y el calendario de competencias lo permita; en este último caso el número de etapas de cada serie debe ser limitado a dos.
Lo indicado anteriormente encierra, sobre todo, un carácter cognoscitivo relacionado con la movilización de la capacidad funcional de adaptación del organismo y su posibilidad de materializarla. Conviene señalar que los experimentos en laboratorio se modelan solo para un aspecto del proceso de entrenamiento, aquel que se dirige al incremento del nivel de la preparación física especial. El proceso de entrenamiento real tiene una organización mucho más compleja, donde se incluye el trabajo para la preparación y perfeccionamiento de la técnica, la participación en competencias, etc. Por ello el traslado directo a la práctica de este procedimiento para la estructuración del entrenamiento, que se emplea para la movilización de la reserva funcional de adaptación en condiciones experimentales, no resulta correcto.
Es indispensable encontrar formas de estructuración del entrenamiento que garanticen la efectiva solución de todas sus tareas y, junto a ello, contemple la plena movilización de la reserva funcional de adaptación del organismo.
En correspondencia con ellos se han realizado observaciones para evaluar la interrelación del estado del organismo con las cargas de entrenamiento y aplicando experimentos especialmente diseñados. Los resultados de esto ha permitido establecer que la forma de interrelación entre las cargas y el estado funcional del deportista no es siempre igual y resulta en extremo compleja. Depende del contenido y volumen de las cargas, de su distribución en el tiempo y de su duración, del nivel de preparación del deportista y su capacidad de asimilación de las cargas de entrenamiento, de la magnitud de las cargas, del cumplimiento de la preparación en etapas anteriores y de otros muchos factores. En la actualidad no es posible, de manera concluyente, caracterizar y explicar todas las posibles formas de relación entre las cargas de entrenamiento y el estado funcional del deportista, sin embargo, ya se logran los primeros pasos de acercamiento a este objetivo.
Se ha establecido que las cargas moderadas, prolongadas y monótonas por su volumen, conducen a la disminución de los indicadores de fuerza rápida del deportista. En esta afirmación coinciden numerosos autores que, en diversas investigaciones, han detectado disminución en las características de la rapidez y de la fuerza rápida en los movimientos de los deportistas y, además, se manifiestan cambios negativos en la técnica, ante cargas de fuerza voluminosas y prolongadas.
La carga concentrada en un determinado y relativamente limitado período de 2 a 3 meses de preparación, garantiza una tendencia diferente en la dinámica de la fuerza rápida. En este caso pueden distinguirse dos formas de interrelación entre la carga y el estado funcional. En una de ellas tiene lugar una dinámica unidireccional de la carga y de los indicadores de fuerza rápida: con el incremento de la carga se elevan los índices de fuerza rápida y, a la inversa, si aquella es menor estos disminuyen. En la otra forma de relación, el nivel alcanzado por los indicadores de fuerza rápida se mantienen algún tiempo después de haberse disminuido las cargas. Estas diferencias, como se ha señalado, se relacionan con el volumen de la carga, la exactitud de su asimilación por el organismo y el nivel de su preparación de fuerza.
En el primer caso se presenta un óptimo volumen de carga, ante el cual el organismo reacciona de la misma forma. En otras palabras, en situaciones como estas, el organismo del deportista se encuentra en relación de equilibrio con las cargas potenciales de entrenamiento, las que provocan una adecuada reacción cuantitativa pero no generan profundos cambios de adaptación, que resultan indispensables para la movilización del organismo hacia un nivel funcional más elevado.
En el segundo caso, el volumen y el potencial de las cargas de entrenamiento resultan significativamente superiores al primer caso. Esto asegura un incremento de los indicadores de fuerza rápida muy brusco, lo que genera cambios adaptativos muy profundos en el organismo que, una vez alcanzado el nivel funcional buscado, se 120
manifiesta más estable y se mantiene por algún tiempo luego de la disminución de la carga.
En el plano del análisis de la interrelación de la carga con el estado funcional del deportista, especialmente se ha investigado el efecto del entrenamiento extensivo con una relativa distribución de cargas equilibradas en el tiempo y el intensivo, en una etapa de tiempo limitada del volumen de trabajo de fuerza.
Se ha establecido que, en el primer caso, el efecto del crecimiento de la capacidad de fuerza rápida del deportista es significativamente menor, comparado con los resultados de la segunda variante, incluso ante un volumen igual de cargas.
Las investigaciones en este sentido han conducido a la creación de nuevas formas de organización del entrenamiento, en el ciclo anual, para deportistas de alta calificación. Esta idea consiste en la concentración de un gran volumen de trabajo de fuerza en una etapa limitada dentro del ciclo anual, en la cual tienen preponderancia las tareas para el desarrollo de la capacidad de fuerza rápida.
Los registros de la dinámica del estado funcional del deportista, ponen de manifiesto que la concentración del volumen de trabajo de fuerza especial conduce hacia algún decrecimiento de los indicadores de fuerza rápida los cuales, a continuación, modifican la intensidad de su crecimiento.
Tomando en consideración lo señalado antes, la utilización de grandes volúmenes concentrados de trabajo de fuerza especial posibilita un efectivo incremento del nivel de preparación de la fuerza especial y, junto a ello, crea las condiciones para el perfeccionamiento de la maestría técnica.
En las investigaciones señaladas ha sido posible seguir con exactitud el denominado efecto acumulativo del entrenamiento. Esta particularidad del entrenamiento se conoce hace mucho y es abordada con frecuencia en la literatura especializada; sin embargo, aun no ha sido objeto de un estudio profundo, ni tampoco evaluada plenamente la indudable perspectiva que abre para la racionalización del proceso de entrenamiento ya que, en esencia, no ha sido comprendida en toda su magnitud.
El efecto acumulativo se acompaña de aquellas variantes de estructuración del entrenamiento en el ciclo anual, en las cuales se emplea la mayor concentración de volumen de preparación especial de fuerza. En relación con esto, pueden formularse las siguientes conclusiones que tienen que ver, principalmente, con los deportes de fuerza rápida:
• El efecto acumulativo se manifiesta después de realizar un volumen tal de trabajo de fuerza, en el transcurso del cual se produce una disminución de la capacidad funcional para realizar esfuerzos explosivos.
• Para provocar la aparición del efecto acumulativo es necesario que la concentración de las cargas de fuerza se acompañe de un trabajo de volumen moderado, que se convine con un trabajo especial caracterizado por el incremento progresivo de su intensidad.
• En el ciclo anual es recomendable estructurar el entrenamiento de manera que el trabajo técnico se cumpla bajo la influencia del efecto acumulativo del entrenamiento, derivado de la concentración de volúmenes de trabajo de fuerza. Esto propicia la aparición de condiciones favorables tanto para la utilización del efecto acumulativo como para la calidad de la preparación técnica.
• La magnitud y la duración del efecto acumulativo se determinan por el volumen y la prolongación de la aplicación concentrada de las cargas de fuerza. De acuerdo con los datos de diferentes investigaciones, la concentración de cargas durante 2-3 meses provoca la manifestación de dicho estado funcional durante 2,5 - 3 meses, ante una combinación de trabajo especializado con preparación general de volumen moderado. En este caso, la significación de la fuerza absoluta puede elevarse entre un 12- 15% y las posibilidades de empleo de la fuerza en reacciones explosivas incrementarse hasta un 35-38%.
Por esta razón el empleo del efecto acumulativo del entrenamiento provocado por la aplicación de cargas concentradas de fuerza, a partir de la creación de condiciones premeditadas para su aparición y concreción, constituye un importante instrumento metodológico para la racionalización del entrenamiento de deportistas de alta calificación. El empleo de este procedimiento garantiza:
1. El aumento de la efectividad de la capacidad de fuerza rápida de los deportistas y la calidad del perfeccionamiento de su maestría técnica.
2. El incremento de la efectividad general de la utilización de grandes cargas de fuerza.
3. La disminución del volumen general de cargas de fuerzas en el año, lo que puede expresarse en un 30 % menos para el trabajo de saltabilidad y en un 20% menos del ejercicio con pesas.
Resulta indispensable señalar las importantes circunstancias que se relaciona con el empleo del efecto acumulativo del entrenamiento durante el ciclo anual. Cuando la preparación del deportista de alta calificación se realiza en condiciones naturales, no resulta raro observar que los atletas modifican los medios de preparación. Ellos mismos, por tanto, excluyen la posibilidad de concretar el efecto acumulativo y colocan a su organismo en condiciones en extremo desfavorables; el potencial energético no se restablece y se limita a un gasto injustificado. En tales casos, la efectividad de la preparación del deportista resulta muy pequeña y en la etapa competitiva esto se manifiesta con indicadores bajos del nivel de capacidad de trabajo especial.
Es necesario también subrayar que, independientemente del incremento alcanzado en el nivel de las características funcionales en el período de aparición del efecto acumulativo del entrenamiento, el organismo con la relativa facilidad y sin peligro para la salud soporta la intensidad de la carga, pero reacciona negativamente a los grandes volúmenes de esta. Con posterioridad se manifiesta una disminución del ritmo de incremento, pudiendo aparecer una disminución en los indicadores de la fuerza rápida.
Por ello el incremento del volumen del trabajo de entrenamiento, el período concreto de manifestación del efecto acumulativo, en principio, no puede ser admitido. En dependencia del calendario de competencias deben ser planificadas las etapas de preparación y distribuidas las cargas en el ciclo anual, de manera tal que pueda ser alcanzado el máximo nivel de la preparación especial en el momento necesario, teniendo en cuenta la utilización racional del efecto acumulativo derivado de la aplicación de efecto de cargas concentradas.
jueves, 11 de marzo de 2010
PROCESO DE ADAPTACIÓN INMEDIATA O DE ENTRADA AL TRABAJO
Las variaciones provocadas por el pre-arranque, así como el incremento del nivel funcional que producen los ejercicios contemplados en el calentamiento, no pueden evitar que el organismo demore un determinado tiempo en responder a las exigencias derivadas del trabajo principal.
El incremento gradual de la capacidad de trabajo del organismo durante la realización del esfuerzo físico principal se denomina entrada al trabajo. Esta modificación funcional está condicionada por el incremento de la actividad de los sistemas funcionales que participan en el desarrollo del trabajo y se presentan en forma gradual o progresiva.
La entrada al trabajo debe ser considerada como una manifestación de las respuestas orgánicas ante un elevado nivel de actividad. Es conocido que la capacidad de trabajo del organismo del atleta presenta un incremento gradual durante la ejecución de los ejercicios físicos. Por ejemplo, durante los saltos y lanzamientos, los resultados más elevados se alcanzan, como regla después de varios intentos. Esta regularidad se manifiesta con menor realce durante el trabajo de larga duración, sin embargo, si no existe un planteamiento táctico diferente, la velocidad de desplazamiento inicial es algo menor que en los kilómetros siguientes.
Para que el proceso de entrada al trabajo se desarrolle adecuadamente tiene gran importancia el surgimiento de un dominante biológico específico, propio de una actividad determinada, que garantice toda la coordinación necesaria de los procesos fisiológicos que aseguran la continuidad de la actividad. En éste proceso tiene también gran importancia la regulación automática de las funciones, ya que mientras más intensamente trabajen los músculos con mayor intensidad se manifestarán los cambios en el medio interno y más fuerte será la aferencia propioceptiva e interoceptiva que, en forma refleja, regula la actividad del organismo. El incremento de los impulsos aferentes modifica el estado funcional de los centros correspondientes y garantiza una movilización más completa de todas las posibilidades funcionales del organismo. Por lo antes apuntado es que se afirma que el proceso de entrada al trabajo es una manifestación de adaptación del organismo al nuevo nivel metabólico que le impone el ejercicio físico.
No todos los sistemas funcionales se adaptan al esfuerzo en un espacio de tiempo igual. El aparato motor, por ejemplo, que posee una elevada excitabilidad y labilidad, entra al trabajo con un proceso de adaptación mucho más rápido que las funciones vegetativas; sin embargo, incluso la incorporación al trabajo de los músculos esqueléticos y el incremento de su capacidad funcional demora un espacio de tiempo determinado. La velocidad de desplazamiento de un corredor de 100 metros alcanza su máxima expresión sólo a los 5-6 segundos de iniciado el esfuerzo; este incremento relativamente lento de la velocidad depende, claro está, de aspectos biomecánicos presentes en el acto de la arrancada y del proceso de adaptación o entrada al trabajo del aparato motor.
Representación gráfica del proceso de adaptación inmediata o entrada
al trabajo
I.- Descanso posterior al calentamiento. IIa.- Entrada al trabajo del aparato
motor. IIb.- Entrada al trabajo de los órganos de la vida vegetativa. t.- Tiempo
en minutos. N.- Demanda del organismo para enfrentar la actividad
A partir de esta conocida manifestación de heterocronismo, mientras más rápidamente el organismo en su conjunto logre realizar los ajustes fisiológicos para concluir el proceso de entrada al trabajo, mayor será la productividad que desarrollarán los diferentes órganos y sistemas de órganos durante el esfuerzo.
Ante la actividad deportiva, el período de entrada al trabajo puede manifestarse de diferente manera dependiendo del carácter del trabajo que se realice, del nivel de entrenamiento del atleta y de sus particularidades individuales, así como del estado funcional el día de la competencia o en el momento de la sesión de entrenamiento.
En la medida que el esfuerzo físico reclame la realización de ejercicios más complicados el proceso de entrada al trabajo será más prolongado. Cuando existen iguales condiciones, la entrada al trabajo transcurre más rápidamente en los deportistas entrenados que en aquellos que no lo están.
Al aumentar la intensidad del esfuerzo, dentro de la realización del propio trabajo, pueden aparecer manifestaciones de adaptación al nuevo nivel de exigencia funcional que se caracterizan por cumplirse de una manera más rápida, ya que se producen tomando como base una elevada actividad del organismo.
ESTADO ESTABLE.- El estado estable aparece después de finalizada la etapa de entrada al trabajo y se puede observar siempre que la actividad se extienda no menos de 4-6 minutos. En este caso el consumo de oxígeno, cuyo suministro es garantizado por la actividad de un conjunto de órganos de la vida vegetativa, se estabiliza en un nivel relativamente constante.
Pueden definirse dos tipos de estado estable: el real o verdadero y el falso o aparente. El primero surge cuando el trabajo que se realiza es de potencia moderada; el segundo, cuando el trabajo es de gran potencia.
El estado estable real se caracteriza por una elevada coordinación de las funciones vegetativas y motoras. En el medio interno el organismo no presenta modificaciones significativas y muchos de los elementos químicos encargados de suministrar la energía se resintetizan totalmente durante el propio cumplimiento del trabajo.
Para que el estado estable real se manifieste, durante la realización de un trabajo muy prolongado, es imprescindible la movilización de todos los sistemas del organismo de manera tal que el suministro de oxígeno alcance las magnitudes necesarias para la actividad en cuestión y se mantengan en ese nivel.
Durante la realización de trabajos físicos prolongados en los músculos esqueléticos prevalece la obtención de la energía por vía aeróbica, lo que garantiza prácticamente la resíntesis completa del glucógeno. El ácido láctico se acumula en el organismo en cantidades mínimas y casi no se difunde en la sangre, lo que asegura la conservación del equilibrio ácido-básico.
Para mantener el estado estable real tiene una gran importancia la resíntesis de los compuestos macroenergéticos fosforilados. Durante un trabajo extenso resulta de gran importancia la entrada en funcionamiento de la resíntesis glicolítica de los compuestos ricos en energía ya que la disminución de la fosforilación oxidativa dificulta el surgimiento u mantenimiento del mismo.
Representación gráfica del las formas en que se puede presentar el estado estable.
I.- Entrada al trabajo. IIa.- Estado estable real. IIb.- Estado estable aparente
En el caso del estado estable aparente puede observarse que las exigencias que genera el aparato motor para la realización de la actividad, manifestados en la demanda de oxígeno, no son resueltas por los órganos de la vida vegetativa en toda la magnitud necesaria, lo que se expresa en un suministro de oxígeno inferior a la demanda.
La necesidad de incrementar bruscamente el suministro de oxígeno a los tejidos eleva también la exigencia de suministrar energía a los órganos encargados de la circulación ya que, en estos casos, la frecuencia cardiaca y el volumen minuto sanguíneo se ubican muy próximos a sus niveles máximos. La falta de oxígeno en la sangre permite que aumente la concentración de ácido láctico y aparezcan desplazamientos considerables del pH hacia su exponente ácido.
Cuando el estado estable es aparente los órganos internos, aún funcionando en un régimen próximo al límite, no pueden garantizar un nivel de suministro de oxígeno que de respuesta a la demanda de éste gas generada por el trabajo. Se hace referencia entonces a un estado estable solo porque el consumo de oxígeno, empleado para generar parte de la energía requerida por el esfuerzo físico que se está realizando, al ir incrementándose gradualmente durante la entrada al trabajo alcanza un nivel determinado que se mantiene por un espacio de tiempo relativamente prolongado.
El trabajo realizado en condiciones de estado estable aparente requiere de una gran tensión de las funciones motoras y de todos los sistemas que las aseguran.
La estabilización de los procesos fisiológicos que se presentan ante la repetición de un trabajo (por ejemplo, durante el recorrido repetido de segmentos de distancias en las sesiones de entrenamiento) también es, en alguna medida, un estado estable. En estos casos la frecuencia cardiaca, la ventilación pulmonar, el consumo de oxígeno y otros índices fisiológicos crecen inicialmente con la realización de cada repetición; posteriormente finaliza la etapa de entrada al trabajo y las siguientes repeticiones del trabajo se efectúan con una constancia relativa del nivel de las funciones.
PUNTO MUERTO Y SEGUNDO AIRE.- Un trabajo intenso no puede extenderse por un tiempo excesivamente largo; al cabo de varios minutos, incluso en el caso de un trabajo de potencia máxima, luego de transcurrir algunos segundos, surgen en el organismo ciertos cambios que obligan a interrumpir la actividad muscular. Estas alteraciones están condicionadas por la falta de correspondencia entre la actividad intensa del aparato motor y las posibilidades funcionales del sistema vegetativo, debido a lo cual se altera el metabolismo y se producen grandes modificaciones en el medio interno del organismo.
Cuando se realizan trabajos de potencia moderada, que se caracterizan por la aparición del estado estable, también puede surgir falta de correspondencia entre la actividad del aparato motor y de los órganos internos. Sin embargo, en estos casos, la falta de correspondencia se pone de manifiesto de una manera menos marcada y, debido a ello, puede ser superada la situación y restablecerse la capacidad de trabajo. Esta disminución temporal de la capacidad de trabajo se denomina punto muerto y el estado que surgen después que esta ha sido superado es conocido como segundo aire.
El punto muerto y el segundo aire son estados que aparecen cuando se realizan trabajos de gran potencia o de potencia moderada. Ante una situación de punto muerto se incrementa bruscamente la frecuencia respiratoria pero a costa de la profundidad de cada ciclo, lo que afecta la ventilación pulmonar, la absorción de oxígeno y la eliminación de CO2 se reduce. Esto trae como consecuencia el incremento de la presión parcial de CO2 en la sangre y en el aire alveolar lo que, a su vez, provoca el aumento de la frecuencia del trabajo cardiaco, el incremento de la presión sanguínea y disminuye el pH de la sangre; también aumenta bruscamente la diferencia arterio-venosa.
Representación gráfica de las posibles manifestaciones del punto muerto y
del segundo aire.
I.- Entrada al trabajo. II.- Estabilización real. IIIa.- Punto muerto de poca significación.
IIIb.- Punto muerto profundo. IIIc.- Reiteración del punto muerto
Al salir del punto muerto la absorción de oxígeno y la diferencia arterio-venosa se modifican y, durante cierto tiempo, aumenta la ventilación pulmonar, lo que se debe a la necesidad que tiene el organismo de liberar el CO2 acumulado.
Durante el estado de punto muerto se inicia la segregación de sudor, que se incrementa con la aparición del segundo aire, lo que pone de manifiesto el ajuste de los mecanismos de regulación térmica al nivel necesario y desempeña un papel de importancia especial en el sostenimiento de la capacidad de trabajo.
El mecanismo de surgimiento del punto muerto aún no ha podido ser completamente esclarecido; por lo visto esta situación está condicionada por una alteración temporal de la correspondencia entre la actividad de los músculos esqueléticos y la de los órganos encargados del suministro de oxígeno. Las variaciones desfavorables, que aparecen en ese momento, afectan el estado de los centros nerviosos e incrementan el desajuste en el trabajo de los sistemas fisiológicos. La salida del punto muerto se corresponde con el restablecimiento de las relaciones normales entre los procesos de excitación e inhibición en el Sistema Nervioso Central.
La falta de correspondencia entre las funciones que realizan los diferentes órganos y sistemas del organismo, que surge durante el punto muerto, no siempre puede ser superada durante la realización del propio trabajo. Ante tareas diferentes, por su duración y potencia, el punto muerto puede aparecer en momentos diferentes. En una carrera de 5-10 kilómetros se puede apreciar la aparición de este estado entre el quinto y el sexto minutos luego de iniciado el esfuerzo. Ante carreras de mayores distancias, el punto muerto se presenta más tarde y, a veces, puede ser observado en varias ocasiones.
El tiempo necesario para su surgimiento, la duración y el grado de manifestación del punto muerto depende de muchos factores, pero son elementos fundamentales el nivel de entrenamiento del deportista y la potencia del trabajo que se realiza.
El calentamiento disminuye la intensidad del punto muerto y permite un surgimiento más rápido del segundo aire. La superación del punto muerto exige una considerable fuerza de voluntad, por ello, durante el entrenamiento, el deportista debe acostumbrarse a sentir las sensaciones desagradables que aparecen al faltarle el oxígeno y acumularse sustancias finales del metabolismo en el organismo.
El segundo aire está relacionado con el aumento de la ventilación pulmonar. En este caso resultan particularmente efectivas las acciones respiratorias profundas, que propician la expulsión de CO2 del organismo, lo que permite el restablecimiento del equilibrio ácido-base.
La superación del punto muerto puede lograrse mediante la disminución de la potencia de trabajo, sin embargo esto no es recomendable hacerlo en condiciones de competencia ni propio durante el entrenamiento, ya que el objetivo de este es, precisamente, lograr la adaptación del hombre a una actividad física intensa que, necesariamente, genera cambios considerables en el medio interno.
EL ESTADO DE FATIGA.- Durante la actividad física puede surgir el estado de fatiga, que se caracteriza por presentar complejas variaciones en las diversas funciones del organismo. El grado de manifestación de estas variaciones, incluyendo la sensación de cansancio, será mayor mientras más intenso y extenso sea el trabajo realizado.
Debe interpretarse como estado de fatiga aquel que aparece en el organismo como consecuencia del trabajo físico y que se expresa en la afectación de las funciones motoras y vegetativas, en la coordinación de estas, así como en la disminución de la capacidad de trabajo y la aparición de la sensación de cansancio.
Este estado tiene un carácter temporal y desaparece al cabo de cierto tiempo, después de finalizado el trabajo. Las manifestaciones externas de la fatiga son muy variadas y dependen del tipo de ejercicios realizados, de las particularidades del medio en que se desarrolla la actividad física y de las características del deportista. Las manifestaciones externas de la fatiga que aparecen con mayor frecuencia son la pérdida de la coordinación motriz, la disminución de la productividad del trabajo, elevada frecuencia respiratoria, secreción excesiva de sudor y la aparición de manchas rojas en la piel.
Las manifestaciones externas antes indicadas están determinadas por la disminución del trabajo de los órganos periféricos, así como por un marcado desajuste en la coordinación de dichas funciones por parte del Sistema Nervioso Central.
La disminución de la eficiencia de las funciones de los órganos periféricos, que como ya se dijo ocurre por una insuficiente regulación nerviosa, puede manifestarse de diferentes formas. Por una parte puede observarse la disminución de la actividad de diversos órganos (por ejemplo, disminuyen el volumen minuto sanguíneo, el volumen minuto respiratorio y el consumo de oxígeno); por otra parte, se puede detectar un grado más elevado en la movilización de los órganos periféricos que el realmente necesario.
Todo ello redunda en una economía más baja en el trabajo de los diversos sistemas de órganos, sobre todo si se calcula la energía utilizada por cada kilogramo de peso corporal, o por cada metro de distancia recorrido o por unidad de tiempo empleada.
Con el propósito de conservar la capacidad de trabajo de las estructuras ejecutoras periféricas, el sistema nervioso puede cambiar la forma de coordinación de su actividad: sustituir el trabajo de algunos elementos musculares por otros, disminuir la profundidad de los movimientos respiratorios, etc.
De acuerdo con el tipo de trabajo y el estado de las diferentes funciones del organismo, es posible observar una combinación variada de los indicadores de la fatiga. En unos casos se aprecia la disminución de las funciones periféricas y el empeoramiento de su coordinación por parte del Sistema Nervioso, una disminución marcada de la productividad del trabajo y la aparición de la sensación de cansancio. En otros casos puede presentarse solo uno o de estos indicadores generales de fatiga.
Sin considerar que la fatiga conduce a una disminución temporal de la capacidad de trabajo, la misma tiene una gran importancia biológica ya que es un indicador del agotamiento parcial de las reservas energéticas del organismo.
La disminución de la actividad de los músculos esqueléticos, del corazón, etc., siempre ocurre cuando aún existe una reserva de sustancias energéticas de posible utilización. Ocurre así como manifestación de la capacidad defensiva del organismo, ya que una reducción brusca, tanto parcial como total de los componentes, puede provocar el debilitamiento y en cierto casos, hasta la muerte de las células del organismo. Estas reservas son empleadas por el hombre en situaciones extremas, por ejemplo, en las aceleraciones finales.
Los estados emocionales pueden modificar sustancialmente la influencia del Sistema Nervioso Central sobre los órganos y tejidos. Las emociones positivas incrementan la influencia del sistema simpático; las emociones negativas disminuyen dicha influencia y reducen la capacidad de trabajo.
LA RECUPERACIÓN.- Como se ha explicado anteriormente, la realización de actividades físicas, como regla, está acompañada por una disminución temporal de la capacidad de trabajo; después de finalizar el esfuerzo, durante el proceso de recuperación, las reservas energéticas se restablecen y diversas funciones se estimulan. Todo ello no solo garantiza la recuperación de la capacidad de trabajo sino que facilita su incremento temporal.
El aumento de la capacidad de trabajo no depende solo de que, en el proceso de entrenamiento, se planifiquen adecuadamente el volumen y la intensidad de las cargas, sino también de la duración de los intervalos de descanso entre las sesiones de ejercitación. En relación con esto, al planificar los ejercicios de cada unidad de entrenamiento, es preciso tomar en consideración las particularidades de los procesos degenerativos.
Durante la ejecución de actividades físicas dichos procesos transcurren solo parcialmente, tal es el caso de las reacciones oxidativas que garantizan la resíntesis de las sustancias energéticas. Sin embargo, durante el trabajo físico, los procesos de desasimilación prevalecen sobre los procesos de asimilación y, solo cuando existe un estado estable verdadero, aparece el equilibrio dinámico entre la disociación de las sustancias químicas y su resíntesis.
La alteración del balance entre éstas reacciones se manifiesta con mayor intensidad durante el trabajo, mientras mayor sea su potencia y menos preparado se encuentre el organismo para enfrentarlo.
En el período que el organismo dedica a la recuperación son más intensos los procesos de asimilación, lo que garantiza la reposición de las reservas energéticas invertidas durante el trabajo. Inicialmente estas reservas se restablecen hasta el nivel inicial, luego alcanzan, durante cierto tiempo, su valor superior y seguidamente vuelve a disminuir
La recuperación, como proceso, se desarrolla en dos etapas; una, la primera, calificada como temprana, que ocurre inmediatamente después 82
de finalizada la actividad y otras, la segunda, denominada tardía, que puede extenderse varios días y ocurre como cuando se aplican grandes cargas.
Forma habitual de representar gráficamente el proceso de recuperación
I.- Disminución progresiva del nivel de la capacidad de trabajo. A.- Nivel inicial de la capacidad de trabajo. B.- Fin del trabajo e inicio de la recuperación. Estabilización de la capacidad de trabajo II.- Fase de capacidad de trabajo disminuida. III.- Fase de capacidad de trabajo aumentada. C -D.- Estabilización de la capacidad de trabajo.
En correspondencia con la capacidad de trabajo de cada organismo, durante el proceso de recuperación se observan las fases de capacidad de trabajo disminuido y de capacidad de trabajo aumentada. La primera se observa inmediatamente después de finalizado el trabajo, comienza entonces el restablecimiento de los valores de la capacidad de trabajo hasta que sobrepasa los niveles iniciales, alcanzando en ese momento la segunda fase. Al cabo de cierto tiempo se produce un nuevo descenso hasta que se estabilizan los valores iniciales.
La duración de las diversas fases de recuperación depende de las particularidades del trabajo realizado (potencia, duración, estructura de movimientos, etc.) y del grado de entrenamiento del deportista. La reiteración de las cargas es conveniente que sea ubicada en la fase de capacidad de trabajo aumentada, aprovechando que, en esas condiciones, el organismo puede asimilar más fácilmente las cargas de trabajo y su nivel de entrenamiento se incrementa con mayor dificultad, no obstante, en una serie de casos, las cargas deben aplicarse antes de que aparezca esta fase.
El trabajo que se realiza sin una recuperación plena propicia que el organismo se adapte a las condiciones de un medio interno cambiante. Los intervalos de descanso prolongados entren cargas, disminuyen la efectividad del entrenamiento, ya que la actividad física se realiza en condiciones de capacidad de trabajo disminuida.
Al terminar los intervalos óptimos de descanso es indispensable tener en cuenta la intensidad de los procesos de recuperación. El índice más preciso en este sentido es el de la capacidad de trabajo, es decir, el volumen de trabajo que puede ser realizado por el hombre en determinadas condiciones.
Este método, sin embargo, está relacionado con el cumplimiento de un trabajo intenso complementario y, por esta razón, no es recomendable para la práctica deportiva. Resulta más cómodo, y suficientemente informativo, analizar las particularidades de las reacciones del organismo ante la aplicación de diferentes exámenes (test) realizados antes del entrenamiento y después de finalizado este. Entre ellos se puede citar la valoración indirecta del consumo de oxígeno, la investigación la capacidad de los músculos para la contracción y la relajación.
En la práctica deportiva se emplean diversos medios con el objetivo de propiciar, y en algunos casos acelerar, el desarrollo del proceso de recuperación.
Dentro de ellos los de mayor aplicación son el descanso activo, que se caracteriza por cambiar de actividad física que se realiza. También son empleados, y reportan considerables beneficios, el masaje, los tratamientos con agua, la adecuada alimentación con suplementos dietéticos y la aplicación de estímulos de contraste térmico.
El proceso de recuperación transcurre en el hombre con más intensidad cuando existen emociones positivas; sin embargo, cuando aparece una excitación muy fuerte después del trabajo, esta influye negativamente sobre la recuperación.
El incremento gradual de la capacidad de trabajo del organismo durante la realización del esfuerzo físico principal se denomina entrada al trabajo. Esta modificación funcional está condicionada por el incremento de la actividad de los sistemas funcionales que participan en el desarrollo del trabajo y se presentan en forma gradual o progresiva.
La entrada al trabajo debe ser considerada como una manifestación de las respuestas orgánicas ante un elevado nivel de actividad. Es conocido que la capacidad de trabajo del organismo del atleta presenta un incremento gradual durante la ejecución de los ejercicios físicos. Por ejemplo, durante los saltos y lanzamientos, los resultados más elevados se alcanzan, como regla después de varios intentos. Esta regularidad se manifiesta con menor realce durante el trabajo de larga duración, sin embargo, si no existe un planteamiento táctico diferente, la velocidad de desplazamiento inicial es algo menor que en los kilómetros siguientes.
Para que el proceso de entrada al trabajo se desarrolle adecuadamente tiene gran importancia el surgimiento de un dominante biológico específico, propio de una actividad determinada, que garantice toda la coordinación necesaria de los procesos fisiológicos que aseguran la continuidad de la actividad. En éste proceso tiene también gran importancia la regulación automática de las funciones, ya que mientras más intensamente trabajen los músculos con mayor intensidad se manifestarán los cambios en el medio interno y más fuerte será la aferencia propioceptiva e interoceptiva que, en forma refleja, regula la actividad del organismo. El incremento de los impulsos aferentes modifica el estado funcional de los centros correspondientes y garantiza una movilización más completa de todas las posibilidades funcionales del organismo. Por lo antes apuntado es que se afirma que el proceso de entrada al trabajo es una manifestación de adaptación del organismo al nuevo nivel metabólico que le impone el ejercicio físico.
No todos los sistemas funcionales se adaptan al esfuerzo en un espacio de tiempo igual. El aparato motor, por ejemplo, que posee una elevada excitabilidad y labilidad, entra al trabajo con un proceso de adaptación mucho más rápido que las funciones vegetativas; sin embargo, incluso la incorporación al trabajo de los músculos esqueléticos y el incremento de su capacidad funcional demora un espacio de tiempo determinado. La velocidad de desplazamiento de un corredor de 100 metros alcanza su máxima expresión sólo a los 5-6 segundos de iniciado el esfuerzo; este incremento relativamente lento de la velocidad depende, claro está, de aspectos biomecánicos presentes en el acto de la arrancada y del proceso de adaptación o entrada al trabajo del aparato motor.
Representación gráfica del proceso de adaptación inmediata o entrada
al trabajo
I.- Descanso posterior al calentamiento. IIa.- Entrada al trabajo del aparato
motor. IIb.- Entrada al trabajo de los órganos de la vida vegetativa. t.- Tiempo
en minutos. N.- Demanda del organismo para enfrentar la actividad
A partir de esta conocida manifestación de heterocronismo, mientras más rápidamente el organismo en su conjunto logre realizar los ajustes fisiológicos para concluir el proceso de entrada al trabajo, mayor será la productividad que desarrollarán los diferentes órganos y sistemas de órganos durante el esfuerzo.
Ante la actividad deportiva, el período de entrada al trabajo puede manifestarse de diferente manera dependiendo del carácter del trabajo que se realice, del nivel de entrenamiento del atleta y de sus particularidades individuales, así como del estado funcional el día de la competencia o en el momento de la sesión de entrenamiento.
En la medida que el esfuerzo físico reclame la realización de ejercicios más complicados el proceso de entrada al trabajo será más prolongado. Cuando existen iguales condiciones, la entrada al trabajo transcurre más rápidamente en los deportistas entrenados que en aquellos que no lo están.
Al aumentar la intensidad del esfuerzo, dentro de la realización del propio trabajo, pueden aparecer manifestaciones de adaptación al nuevo nivel de exigencia funcional que se caracterizan por cumplirse de una manera más rápida, ya que se producen tomando como base una elevada actividad del organismo.
ESTADO ESTABLE.- El estado estable aparece después de finalizada la etapa de entrada al trabajo y se puede observar siempre que la actividad se extienda no menos de 4-6 minutos. En este caso el consumo de oxígeno, cuyo suministro es garantizado por la actividad de un conjunto de órganos de la vida vegetativa, se estabiliza en un nivel relativamente constante.
Pueden definirse dos tipos de estado estable: el real o verdadero y el falso o aparente. El primero surge cuando el trabajo que se realiza es de potencia moderada; el segundo, cuando el trabajo es de gran potencia.
El estado estable real se caracteriza por una elevada coordinación de las funciones vegetativas y motoras. En el medio interno el organismo no presenta modificaciones significativas y muchos de los elementos químicos encargados de suministrar la energía se resintetizan totalmente durante el propio cumplimiento del trabajo.
Para que el estado estable real se manifieste, durante la realización de un trabajo muy prolongado, es imprescindible la movilización de todos los sistemas del organismo de manera tal que el suministro de oxígeno alcance las magnitudes necesarias para la actividad en cuestión y se mantengan en ese nivel.
Durante la realización de trabajos físicos prolongados en los músculos esqueléticos prevalece la obtención de la energía por vía aeróbica, lo que garantiza prácticamente la resíntesis completa del glucógeno. El ácido láctico se acumula en el organismo en cantidades mínimas y casi no se difunde en la sangre, lo que asegura la conservación del equilibrio ácido-básico.
Para mantener el estado estable real tiene una gran importancia la resíntesis de los compuestos macroenergéticos fosforilados. Durante un trabajo extenso resulta de gran importancia la entrada en funcionamiento de la resíntesis glicolítica de los compuestos ricos en energía ya que la disminución de la fosforilación oxidativa dificulta el surgimiento u mantenimiento del mismo.
Representación gráfica del las formas en que se puede presentar el estado estable.
I.- Entrada al trabajo. IIa.- Estado estable real. IIb.- Estado estable aparente
En el caso del estado estable aparente puede observarse que las exigencias que genera el aparato motor para la realización de la actividad, manifestados en la demanda de oxígeno, no son resueltas por los órganos de la vida vegetativa en toda la magnitud necesaria, lo que se expresa en un suministro de oxígeno inferior a la demanda.
La necesidad de incrementar bruscamente el suministro de oxígeno a los tejidos eleva también la exigencia de suministrar energía a los órganos encargados de la circulación ya que, en estos casos, la frecuencia cardiaca y el volumen minuto sanguíneo se ubican muy próximos a sus niveles máximos. La falta de oxígeno en la sangre permite que aumente la concentración de ácido láctico y aparezcan desplazamientos considerables del pH hacia su exponente ácido.
Cuando el estado estable es aparente los órganos internos, aún funcionando en un régimen próximo al límite, no pueden garantizar un nivel de suministro de oxígeno que de respuesta a la demanda de éste gas generada por el trabajo. Se hace referencia entonces a un estado estable solo porque el consumo de oxígeno, empleado para generar parte de la energía requerida por el esfuerzo físico que se está realizando, al ir incrementándose gradualmente durante la entrada al trabajo alcanza un nivel determinado que se mantiene por un espacio de tiempo relativamente prolongado.
El trabajo realizado en condiciones de estado estable aparente requiere de una gran tensión de las funciones motoras y de todos los sistemas que las aseguran.
La estabilización de los procesos fisiológicos que se presentan ante la repetición de un trabajo (por ejemplo, durante el recorrido repetido de segmentos de distancias en las sesiones de entrenamiento) también es, en alguna medida, un estado estable. En estos casos la frecuencia cardiaca, la ventilación pulmonar, el consumo de oxígeno y otros índices fisiológicos crecen inicialmente con la realización de cada repetición; posteriormente finaliza la etapa de entrada al trabajo y las siguientes repeticiones del trabajo se efectúan con una constancia relativa del nivel de las funciones.
PUNTO MUERTO Y SEGUNDO AIRE.- Un trabajo intenso no puede extenderse por un tiempo excesivamente largo; al cabo de varios minutos, incluso en el caso de un trabajo de potencia máxima, luego de transcurrir algunos segundos, surgen en el organismo ciertos cambios que obligan a interrumpir la actividad muscular. Estas alteraciones están condicionadas por la falta de correspondencia entre la actividad intensa del aparato motor y las posibilidades funcionales del sistema vegetativo, debido a lo cual se altera el metabolismo y se producen grandes modificaciones en el medio interno del organismo.
Cuando se realizan trabajos de potencia moderada, que se caracterizan por la aparición del estado estable, también puede surgir falta de correspondencia entre la actividad del aparato motor y de los órganos internos. Sin embargo, en estos casos, la falta de correspondencia se pone de manifiesto de una manera menos marcada y, debido a ello, puede ser superada la situación y restablecerse la capacidad de trabajo. Esta disminución temporal de la capacidad de trabajo se denomina punto muerto y el estado que surgen después que esta ha sido superado es conocido como segundo aire.
El punto muerto y el segundo aire son estados que aparecen cuando se realizan trabajos de gran potencia o de potencia moderada. Ante una situación de punto muerto se incrementa bruscamente la frecuencia respiratoria pero a costa de la profundidad de cada ciclo, lo que afecta la ventilación pulmonar, la absorción de oxígeno y la eliminación de CO2 se reduce. Esto trae como consecuencia el incremento de la presión parcial de CO2 en la sangre y en el aire alveolar lo que, a su vez, provoca el aumento de la frecuencia del trabajo cardiaco, el incremento de la presión sanguínea y disminuye el pH de la sangre; también aumenta bruscamente la diferencia arterio-venosa.
Representación gráfica de las posibles manifestaciones del punto muerto y
del segundo aire.
I.- Entrada al trabajo. II.- Estabilización real. IIIa.- Punto muerto de poca significación.
IIIb.- Punto muerto profundo. IIIc.- Reiteración del punto muerto
Al salir del punto muerto la absorción de oxígeno y la diferencia arterio-venosa se modifican y, durante cierto tiempo, aumenta la ventilación pulmonar, lo que se debe a la necesidad que tiene el organismo de liberar el CO2 acumulado.
Durante el estado de punto muerto se inicia la segregación de sudor, que se incrementa con la aparición del segundo aire, lo que pone de manifiesto el ajuste de los mecanismos de regulación térmica al nivel necesario y desempeña un papel de importancia especial en el sostenimiento de la capacidad de trabajo.
El mecanismo de surgimiento del punto muerto aún no ha podido ser completamente esclarecido; por lo visto esta situación está condicionada por una alteración temporal de la correspondencia entre la actividad de los músculos esqueléticos y la de los órganos encargados del suministro de oxígeno. Las variaciones desfavorables, que aparecen en ese momento, afectan el estado de los centros nerviosos e incrementan el desajuste en el trabajo de los sistemas fisiológicos. La salida del punto muerto se corresponde con el restablecimiento de las relaciones normales entre los procesos de excitación e inhibición en el Sistema Nervioso Central.
La falta de correspondencia entre las funciones que realizan los diferentes órganos y sistemas del organismo, que surge durante el punto muerto, no siempre puede ser superada durante la realización del propio trabajo. Ante tareas diferentes, por su duración y potencia, el punto muerto puede aparecer en momentos diferentes. En una carrera de 5-10 kilómetros se puede apreciar la aparición de este estado entre el quinto y el sexto minutos luego de iniciado el esfuerzo. Ante carreras de mayores distancias, el punto muerto se presenta más tarde y, a veces, puede ser observado en varias ocasiones.
El tiempo necesario para su surgimiento, la duración y el grado de manifestación del punto muerto depende de muchos factores, pero son elementos fundamentales el nivel de entrenamiento del deportista y la potencia del trabajo que se realiza.
El calentamiento disminuye la intensidad del punto muerto y permite un surgimiento más rápido del segundo aire. La superación del punto muerto exige una considerable fuerza de voluntad, por ello, durante el entrenamiento, el deportista debe acostumbrarse a sentir las sensaciones desagradables que aparecen al faltarle el oxígeno y acumularse sustancias finales del metabolismo en el organismo.
El segundo aire está relacionado con el aumento de la ventilación pulmonar. En este caso resultan particularmente efectivas las acciones respiratorias profundas, que propician la expulsión de CO2 del organismo, lo que permite el restablecimiento del equilibrio ácido-base.
La superación del punto muerto puede lograrse mediante la disminución de la potencia de trabajo, sin embargo esto no es recomendable hacerlo en condiciones de competencia ni propio durante el entrenamiento, ya que el objetivo de este es, precisamente, lograr la adaptación del hombre a una actividad física intensa que, necesariamente, genera cambios considerables en el medio interno.
EL ESTADO DE FATIGA.- Durante la actividad física puede surgir el estado de fatiga, que se caracteriza por presentar complejas variaciones en las diversas funciones del organismo. El grado de manifestación de estas variaciones, incluyendo la sensación de cansancio, será mayor mientras más intenso y extenso sea el trabajo realizado.
Debe interpretarse como estado de fatiga aquel que aparece en el organismo como consecuencia del trabajo físico y que se expresa en la afectación de las funciones motoras y vegetativas, en la coordinación de estas, así como en la disminución de la capacidad de trabajo y la aparición de la sensación de cansancio.
Este estado tiene un carácter temporal y desaparece al cabo de cierto tiempo, después de finalizado el trabajo. Las manifestaciones externas de la fatiga son muy variadas y dependen del tipo de ejercicios realizados, de las particularidades del medio en que se desarrolla la actividad física y de las características del deportista. Las manifestaciones externas de la fatiga que aparecen con mayor frecuencia son la pérdida de la coordinación motriz, la disminución de la productividad del trabajo, elevada frecuencia respiratoria, secreción excesiva de sudor y la aparición de manchas rojas en la piel.
Las manifestaciones externas antes indicadas están determinadas por la disminución del trabajo de los órganos periféricos, así como por un marcado desajuste en la coordinación de dichas funciones por parte del Sistema Nervioso Central.
La disminución de la eficiencia de las funciones de los órganos periféricos, que como ya se dijo ocurre por una insuficiente regulación nerviosa, puede manifestarse de diferentes formas. Por una parte puede observarse la disminución de la actividad de diversos órganos (por ejemplo, disminuyen el volumen minuto sanguíneo, el volumen minuto respiratorio y el consumo de oxígeno); por otra parte, se puede detectar un grado más elevado en la movilización de los órganos periféricos que el realmente necesario.
Todo ello redunda en una economía más baja en el trabajo de los diversos sistemas de órganos, sobre todo si se calcula la energía utilizada por cada kilogramo de peso corporal, o por cada metro de distancia recorrido o por unidad de tiempo empleada.
Con el propósito de conservar la capacidad de trabajo de las estructuras ejecutoras periféricas, el sistema nervioso puede cambiar la forma de coordinación de su actividad: sustituir el trabajo de algunos elementos musculares por otros, disminuir la profundidad de los movimientos respiratorios, etc.
De acuerdo con el tipo de trabajo y el estado de las diferentes funciones del organismo, es posible observar una combinación variada de los indicadores de la fatiga. En unos casos se aprecia la disminución de las funciones periféricas y el empeoramiento de su coordinación por parte del Sistema Nervioso, una disminución marcada de la productividad del trabajo y la aparición de la sensación de cansancio. En otros casos puede presentarse solo uno o de estos indicadores generales de fatiga.
Sin considerar que la fatiga conduce a una disminución temporal de la capacidad de trabajo, la misma tiene una gran importancia biológica ya que es un indicador del agotamiento parcial de las reservas energéticas del organismo.
La disminución de la actividad de los músculos esqueléticos, del corazón, etc., siempre ocurre cuando aún existe una reserva de sustancias energéticas de posible utilización. Ocurre así como manifestación de la capacidad defensiva del organismo, ya que una reducción brusca, tanto parcial como total de los componentes, puede provocar el debilitamiento y en cierto casos, hasta la muerte de las células del organismo. Estas reservas son empleadas por el hombre en situaciones extremas, por ejemplo, en las aceleraciones finales.
Los estados emocionales pueden modificar sustancialmente la influencia del Sistema Nervioso Central sobre los órganos y tejidos. Las emociones positivas incrementan la influencia del sistema simpático; las emociones negativas disminuyen dicha influencia y reducen la capacidad de trabajo.
LA RECUPERACIÓN.- Como se ha explicado anteriormente, la realización de actividades físicas, como regla, está acompañada por una disminución temporal de la capacidad de trabajo; después de finalizar el esfuerzo, durante el proceso de recuperación, las reservas energéticas se restablecen y diversas funciones se estimulan. Todo ello no solo garantiza la recuperación de la capacidad de trabajo sino que facilita su incremento temporal.
El aumento de la capacidad de trabajo no depende solo de que, en el proceso de entrenamiento, se planifiquen adecuadamente el volumen y la intensidad de las cargas, sino también de la duración de los intervalos de descanso entre las sesiones de ejercitación. En relación con esto, al planificar los ejercicios de cada unidad de entrenamiento, es preciso tomar en consideración las particularidades de los procesos degenerativos.
Durante la ejecución de actividades físicas dichos procesos transcurren solo parcialmente, tal es el caso de las reacciones oxidativas que garantizan la resíntesis de las sustancias energéticas. Sin embargo, durante el trabajo físico, los procesos de desasimilación prevalecen sobre los procesos de asimilación y, solo cuando existe un estado estable verdadero, aparece el equilibrio dinámico entre la disociación de las sustancias químicas y su resíntesis.
La alteración del balance entre éstas reacciones se manifiesta con mayor intensidad durante el trabajo, mientras mayor sea su potencia y menos preparado se encuentre el organismo para enfrentarlo.
En el período que el organismo dedica a la recuperación son más intensos los procesos de asimilación, lo que garantiza la reposición de las reservas energéticas invertidas durante el trabajo. Inicialmente estas reservas se restablecen hasta el nivel inicial, luego alcanzan, durante cierto tiempo, su valor superior y seguidamente vuelve a disminuir
La recuperación, como proceso, se desarrolla en dos etapas; una, la primera, calificada como temprana, que ocurre inmediatamente después 82
de finalizada la actividad y otras, la segunda, denominada tardía, que puede extenderse varios días y ocurre como cuando se aplican grandes cargas.
Forma habitual de representar gráficamente el proceso de recuperación
I.- Disminución progresiva del nivel de la capacidad de trabajo. A.- Nivel inicial de la capacidad de trabajo. B.- Fin del trabajo e inicio de la recuperación. Estabilización de la capacidad de trabajo II.- Fase de capacidad de trabajo disminuida. III.- Fase de capacidad de trabajo aumentada. C -D.- Estabilización de la capacidad de trabajo.
En correspondencia con la capacidad de trabajo de cada organismo, durante el proceso de recuperación se observan las fases de capacidad de trabajo disminuido y de capacidad de trabajo aumentada. La primera se observa inmediatamente después de finalizado el trabajo, comienza entonces el restablecimiento de los valores de la capacidad de trabajo hasta que sobrepasa los niveles iniciales, alcanzando en ese momento la segunda fase. Al cabo de cierto tiempo se produce un nuevo descenso hasta que se estabilizan los valores iniciales.
La duración de las diversas fases de recuperación depende de las particularidades del trabajo realizado (potencia, duración, estructura de movimientos, etc.) y del grado de entrenamiento del deportista. La reiteración de las cargas es conveniente que sea ubicada en la fase de capacidad de trabajo aumentada, aprovechando que, en esas condiciones, el organismo puede asimilar más fácilmente las cargas de trabajo y su nivel de entrenamiento se incrementa con mayor dificultad, no obstante, en una serie de casos, las cargas deben aplicarse antes de que aparezca esta fase.
El trabajo que se realiza sin una recuperación plena propicia que el organismo se adapte a las condiciones de un medio interno cambiante. Los intervalos de descanso prolongados entren cargas, disminuyen la efectividad del entrenamiento, ya que la actividad física se realiza en condiciones de capacidad de trabajo disminuida.
Al terminar los intervalos óptimos de descanso es indispensable tener en cuenta la intensidad de los procesos de recuperación. El índice más preciso en este sentido es el de la capacidad de trabajo, es decir, el volumen de trabajo que puede ser realizado por el hombre en determinadas condiciones.
Este método, sin embargo, está relacionado con el cumplimiento de un trabajo intenso complementario y, por esta razón, no es recomendable para la práctica deportiva. Resulta más cómodo, y suficientemente informativo, analizar las particularidades de las reacciones del organismo ante la aplicación de diferentes exámenes (test) realizados antes del entrenamiento y después de finalizado este. Entre ellos se puede citar la valoración indirecta del consumo de oxígeno, la investigación la capacidad de los músculos para la contracción y la relajación.
En la práctica deportiva se emplean diversos medios con el objetivo de propiciar, y en algunos casos acelerar, el desarrollo del proceso de recuperación.
Dentro de ellos los de mayor aplicación son el descanso activo, que se caracteriza por cambiar de actividad física que se realiza. También son empleados, y reportan considerables beneficios, el masaje, los tratamientos con agua, la adecuada alimentación con suplementos dietéticos y la aplicación de estímulos de contraste térmico.
El proceso de recuperación transcurre en el hombre con más intensidad cuando existen emociones positivas; sin embargo, cuando aparece una excitación muy fuerte después del trabajo, esta influye negativamente sobre la recuperación.
TRABAJO AERÓBIO Y ANAEROBIO.
Tanto en condiciones de reposo como cuando se enfrenta la realización de esfuerzos físicos de potencia moderada, la energía indispensable para su ejecución se obtiene casi por completo por mecanismos aerobios.
Considerando que por esta vía es posible alcanzar el máximo rendimiento energético, resulta compresible que la fibra muscular trate de incorporar la mayor cantidad de oxigeno posible. Para cumplir dicho objetivo en el organismo se desarrollan cambios funcionales, cardiovasculares y respiratorios, que deben entenderse como reacciones de adaptación, así como importantes procesos locales, dirigidos a suministra al tejido en actividad la mayor cantidad de oxigeno posible.
No obstante, cuando la potencia del trabajo se incrementa, el músculo está obligado a obtener la energía sin utilizar oxígeno, es decir, por vía anaerobia, aún cuando este mecanismo es mucho menos eficiente y cuando se trata del empleo directo de sustancias macroenergéticas fosforiladas por la fibra muscular.
Es necesario entender que los momentos iniciales de cualquier trabajo físico debe ser enfrentados con recursos energéticos obtenidos por mecanismos anaerobios, ya que los mecanismos aerobios necesitan de un tiempo relativamente largo para adoptar la energía que se requiere. Este proceso energético inicial se desarrolla a partir de la utilización de ATP y CrP,(ácido adnosin trifosfórico y creatin fosfato), que permite la obtención inmediata de energía y no generan la acumulación de sustancias ácidas, lo que justifica su denominación de mecanismo energético anaerobio alactácido. El inconveniente fundamental de esta vía de obtención de energía radica en las limitadas cantidades de ATP y CrP disponibles en el organismo, lo que impide mantener por un tiempo prolongado la realización del trabajo.
En correspondencia con ello, cuando las necesidades energéticas planteadas por el esfuerzo físico que se realiza, sobrepasan la capacidad de oxidación directa de substratos, el organismo esta obligado a buscar energía por vía anaerobia, pero como el mecanismo alactácido puede ser empleado por un tiempo muy breve, resulta indispensable recurrir al mecanismo anaerobio lactácido, es decir a la glucólisis anaerobia, que en esencia consiste en la ruptura de glucosa sin la presencia del oxígeno, lo que permite obtener ATP pero se acompaña de formación de ácido láctico.
La necesidad de recurrir al mecanismo anaerobio lactácido puede estar determinada, además, por la intensidad de la contracción muscular, que cuando sobrepasa determinado nivel supera los valores de la tensión arterial e impide la adecuada circulación por la región que realiza el trabajo, por lo que el músculo no tiene otra opción energética que la glucólisis anaerobia.
La glucosa empleada para los fines señalados procede, inicialmente de las reservas de glucógeno muscular localizadas en las fibras que intervienen en el trabajo.
Como tendencia, el organismo prefiere emplear mecanismos energéticos aerobios con el objetivo de garantizar mayor eficiencia en la oxidación de los substratos. Sólo utiliza la energética lactácida cuando no dispone de otra alternativa, pero siempre limitándolo al mínimo indispensable.
De acuerdo con la señalado, salvo en los momentos iniciales de la actividad, el componente energético del esfuerzo tiene un carácter mixto, con predominio aeróbio o anaerobio según las particularidades de la intensidad del trabajo.
Cuando la intensidad del trabajo es muy elevada aparece una diferencia sustancial entre las necesidades energéticas de los músculos y la capacidad orgánica de suministrar oxígeno y, en este caso, predomina el componente anaerobio lactácido, aunque de manera paralela se trate de emplear la oxidación aerobia en la mayor medida posible.
Los esfuerzo prolongados, que se caracterizan por una intensidad relativamente abaja, deben ser considerados plenamente aerobios. Como ya sea indicado, los momentos iniciales del trabajo se cumplen en condiciones anaerobias. Al extenderse la actividad aparece un componente anaerobio que gana importancia en la medida en que el esfuerzo genera un acercamiento al nivel del máximo consumo de oxígeno.
La relación funcional que se ha señalado entre los mecanismos energéticos aerobios y anaerobios permite considerar que existe un momento en que se desarrolla un cambio en el predominio de una vía energética sobre otra, es decir, el punto en que la energética anaerobia ocupa el primer lugar en el aporte de energía. Este momento se denomina umbral de metabolismo anaerobio (UMAN) también calificado como frontera de la resistencia.
En la medida en que el organismo posea un mayor nivel de entrenamiento su capacidad para garantizar el suministro de energía por vía aerobia será mayor y por tanto la aparición del UMAN se presentará más tarde. Esto quiere decir que es un indicador de gran utilidad para controlar la efectividad de las cargas de entrenamiento, toda vez que puede ser utilizado como punto de referencia para conocer el comportamiento del organismo ante la realización del esfuerzo.
Lo anterior se fundamenta en que el UMAN tipifica la potencia del trabajo ante la cual aparece un componente anaerobio lo suficientemente alto como para provocar incrementos en la concentración de lactado en sangre, y que puede ser expresado en una relación porcentual sobre el valor del máximo consumo de oxígeno.
Teniendo en cuenta lo expresado anteriormente, en el entrenamiento se aplica la determinación del UMAN con el objetivo de establecer la zona ideal de aplicación de cargas de trabajo para provocar incrementos sustanciales de la capacidad de trabajo. Prácticamente esto consiste en lo siguiente:
· Se determina el momento de la aparición de UMAN.
· Se establece la relación del UMAN con la frecuencia del trabajo cardiaco.
· Al valor de este último indicador se le resta veinte pulsaciones y la franja que se
localiza entre las dos cifras indica la zona aerobia-anaerobia.
Esta zona se determina también zona mixta. Cuando el incremento de la frecuencia de trabajo cardiaco se localiza cerca del límite inferior de la zona, el esfuerzo se desarrolla fundamentalmente con recurso energéticos aerobios. Si el trabajo, por el contrario, provoca un incremento de la frecuencia del trabajo cardiaco próximo al límite superior de la zona, entonces la energía se aporta por medio de mecanismos básicamente anaerobios.
Atendiendo a los intereses concretos del entrenamiento se planifica la intensidad de las cargas, teniendo en cuenta que la frecuencia del trabajo cardiaco se ubique en un punto de la zona mixta que resulte el más adecuado a los intereses energéticos deseados.
En tanto que el suministro de oxígeno constituye un elemento cardinal en la definición de la capacidad de trabajo física, conviene analizar el comportamiento de las principales funciones vegetativas que integran el sistema de suministro del gas a los tejidos.
Debe tenerse en cuenta que los índices que caracterizan estas funciones son usualmente empleados para dar seguimiento al comportamiento del organismo sometido a entrenamiento sistemático y controlar la intensidad de las cargas de trabajo, lo que motiva que el contenido que sigue, aborde sólo el comportamiento de los indicadores antes señalados en personas entrenadas.
Considerando que por esta vía es posible alcanzar el máximo rendimiento energético, resulta compresible que la fibra muscular trate de incorporar la mayor cantidad de oxigeno posible. Para cumplir dicho objetivo en el organismo se desarrollan cambios funcionales, cardiovasculares y respiratorios, que deben entenderse como reacciones de adaptación, así como importantes procesos locales, dirigidos a suministra al tejido en actividad la mayor cantidad de oxigeno posible.
No obstante, cuando la potencia del trabajo se incrementa, el músculo está obligado a obtener la energía sin utilizar oxígeno, es decir, por vía anaerobia, aún cuando este mecanismo es mucho menos eficiente y cuando se trata del empleo directo de sustancias macroenergéticas fosforiladas por la fibra muscular.
Es necesario entender que los momentos iniciales de cualquier trabajo físico debe ser enfrentados con recursos energéticos obtenidos por mecanismos anaerobios, ya que los mecanismos aerobios necesitan de un tiempo relativamente largo para adoptar la energía que se requiere. Este proceso energético inicial se desarrolla a partir de la utilización de ATP y CrP,(ácido adnosin trifosfórico y creatin fosfato), que permite la obtención inmediata de energía y no generan la acumulación de sustancias ácidas, lo que justifica su denominación de mecanismo energético anaerobio alactácido. El inconveniente fundamental de esta vía de obtención de energía radica en las limitadas cantidades de ATP y CrP disponibles en el organismo, lo que impide mantener por un tiempo prolongado la realización del trabajo.
En correspondencia con ello, cuando las necesidades energéticas planteadas por el esfuerzo físico que se realiza, sobrepasan la capacidad de oxidación directa de substratos, el organismo esta obligado a buscar energía por vía anaerobia, pero como el mecanismo alactácido puede ser empleado por un tiempo muy breve, resulta indispensable recurrir al mecanismo anaerobio lactácido, es decir a la glucólisis anaerobia, que en esencia consiste en la ruptura de glucosa sin la presencia del oxígeno, lo que permite obtener ATP pero se acompaña de formación de ácido láctico.
La necesidad de recurrir al mecanismo anaerobio lactácido puede estar determinada, además, por la intensidad de la contracción muscular, que cuando sobrepasa determinado nivel supera los valores de la tensión arterial e impide la adecuada circulación por la región que realiza el trabajo, por lo que el músculo no tiene otra opción energética que la glucólisis anaerobia.
La glucosa empleada para los fines señalados procede, inicialmente de las reservas de glucógeno muscular localizadas en las fibras que intervienen en el trabajo.
Como tendencia, el organismo prefiere emplear mecanismos energéticos aerobios con el objetivo de garantizar mayor eficiencia en la oxidación de los substratos. Sólo utiliza la energética lactácida cuando no dispone de otra alternativa, pero siempre limitándolo al mínimo indispensable.
De acuerdo con la señalado, salvo en los momentos iniciales de la actividad, el componente energético del esfuerzo tiene un carácter mixto, con predominio aeróbio o anaerobio según las particularidades de la intensidad del trabajo.
Cuando la intensidad del trabajo es muy elevada aparece una diferencia sustancial entre las necesidades energéticas de los músculos y la capacidad orgánica de suministrar oxígeno y, en este caso, predomina el componente anaerobio lactácido, aunque de manera paralela se trate de emplear la oxidación aerobia en la mayor medida posible.
Los esfuerzo prolongados, que se caracterizan por una intensidad relativamente abaja, deben ser considerados plenamente aerobios. Como ya sea indicado, los momentos iniciales del trabajo se cumplen en condiciones anaerobias. Al extenderse la actividad aparece un componente anaerobio que gana importancia en la medida en que el esfuerzo genera un acercamiento al nivel del máximo consumo de oxígeno.
La relación funcional que se ha señalado entre los mecanismos energéticos aerobios y anaerobios permite considerar que existe un momento en que se desarrolla un cambio en el predominio de una vía energética sobre otra, es decir, el punto en que la energética anaerobia ocupa el primer lugar en el aporte de energía. Este momento se denomina umbral de metabolismo anaerobio (UMAN) también calificado como frontera de la resistencia.
En la medida en que el organismo posea un mayor nivel de entrenamiento su capacidad para garantizar el suministro de energía por vía aerobia será mayor y por tanto la aparición del UMAN se presentará más tarde. Esto quiere decir que es un indicador de gran utilidad para controlar la efectividad de las cargas de entrenamiento, toda vez que puede ser utilizado como punto de referencia para conocer el comportamiento del organismo ante la realización del esfuerzo.
Lo anterior se fundamenta en que el UMAN tipifica la potencia del trabajo ante la cual aparece un componente anaerobio lo suficientemente alto como para provocar incrementos en la concentración de lactado en sangre, y que puede ser expresado en una relación porcentual sobre el valor del máximo consumo de oxígeno.
Teniendo en cuenta lo expresado anteriormente, en el entrenamiento se aplica la determinación del UMAN con el objetivo de establecer la zona ideal de aplicación de cargas de trabajo para provocar incrementos sustanciales de la capacidad de trabajo. Prácticamente esto consiste en lo siguiente:
· Se determina el momento de la aparición de UMAN.
· Se establece la relación del UMAN con la frecuencia del trabajo cardiaco.
· Al valor de este último indicador se le resta veinte pulsaciones y la franja que se
localiza entre las dos cifras indica la zona aerobia-anaerobia.
Esta zona se determina también zona mixta. Cuando el incremento de la frecuencia de trabajo cardiaco se localiza cerca del límite inferior de la zona, el esfuerzo se desarrolla fundamentalmente con recurso energéticos aerobios. Si el trabajo, por el contrario, provoca un incremento de la frecuencia del trabajo cardiaco próximo al límite superior de la zona, entonces la energía se aporta por medio de mecanismos básicamente anaerobios.
Atendiendo a los intereses concretos del entrenamiento se planifica la intensidad de las cargas, teniendo en cuenta que la frecuencia del trabajo cardiaco se ubique en un punto de la zona mixta que resulte el más adecuado a los intereses energéticos deseados.
En tanto que el suministro de oxígeno constituye un elemento cardinal en la definición de la capacidad de trabajo física, conviene analizar el comportamiento de las principales funciones vegetativas que integran el sistema de suministro del gas a los tejidos.
Debe tenerse en cuenta que los índices que caracterizan estas funciones son usualmente empleados para dar seguimiento al comportamiento del organismo sometido a entrenamiento sistemático y controlar la intensidad de las cargas de trabajo, lo que motiva que el contenido que sigue, aborde sólo el comportamiento de los indicadores antes señalados en personas entrenadas.
ASEGURAMIENTO VEGETATIVO DE LA ACCIÓN MOTORA.
El funcionamiento de los mecanismos de control nervioso de los movimientos, y de la contracción muscular propiamente dicha, solo resulta posible ante la presencia de energía. La misma aparece como resultado de la síntesis del ácido adenosin trifosfórico (ATP) que la aporta al descomponerse en ácido adenosin difosfórico y fósforo.
En dependencia de la intensidad y duración del trabajo físico que se desarrolla, los procesos metabólicos encargados de garantizar el aporte de ATP se pueden encontrar en los campos aeróbio o anaeróbio, en dependencia de la presencia directa o indirecta del oxigeno en el desenvolvimiento de los mismos.
De lo anterior se desprende la importancia de abordar el funcionamiento del sistema encargado del suministro de oxigeno a los tejidos, a partir de la integración de los subsistemas sanguíneo, cardiovascular y respiratorio y que, en esencia, constituyen la parte vegetativa indispensable para asegurar la acción motora.
Resulta lógico pensar que el acto contráctil implica un sustancial incremento de la demanda de oxigeno en la estructura orgánica que realiza la acción, con el objetivo de responder en la mayor medida posible a las exigencias de la oxidación aerobia de los sustratos. En este caso, las sustancias que se someten al proceso oxidativo son la glucosa, los ácidos grasos y, en una medida mucho menos importante, los aminoácidos.
Los músculos pueden obtener energía para su actividad también por vía anaerobia, pero ese camino, siempre que resulte posible, se limita al máximo por dos razones básicas: la primera, porque solo se pueden emplear reservas de glucosa y, la segunda, por la pequeña cantidad de ATP que se logra obtener por esa vía. Además, el mecanismo anaerobio se acompaña de la acumulación de ácido láctico y ácido pirúbico, lo que obliga al organismo a resintetizarlo utilizando oxigeno, proceso que, como regla, se cumple al finalizar el trabajo.
De acuerdo con lo señalado, tanto durante el esfuerzo físico como en momentos posteriores a su finalización, se observa un incremento de la demanda de oxigeno total, que está determinado por la intensidad del trabajo que se realice.
Aun cuando la demanda de oxigeno es un elemento que acompaña la actividad física, la cantidad de éste gas que se encuentra disponible en el organismo es muy limitada, localizándose básicamente en:
• el aire contenido en los alvéolos pulmonares.
• el transportado por la sangre, combinado con la hemoglobina.
• el unido a la mioglobina
• el disuelto en el tejido muscular
La suma de los valores parciales de oxigeno disponible en los cuatro indicadores señalados, se localiza entre los 2,0- 2,5 litros, en condiciones de reposo, lo que obliga, cuando el organismo pasa a una actividad más o menos intensa, a que surjan reacciones compensatorias para garantizar el incremento de la captación del gas, y en correspondencia con ello, aumentar el volumen de oxigeno transportado por la sangre y su distribución en los tejidos, fundamentalmente hacia aquellas zonas que intervienen directamente en el trabajo.
Hasta ciertos límites, la correspondencia entre la demanda de oxigeno planteada por el organismo y el suministro de este gas que puede lograse es prácticamente equilibrada, lo que propicia que la estructura muscular desarrolle su trabajo con un predominio energético aeróbio. La consecución de este equilibrio se logra con participación directa de la corteza motora de los hemisferios cerebrales que imparten las ordenes indispensables para regular las modificaciones cardiovasculares y respiratorias que aseguran el incremento del volumen de oxigeno que se hace llegar a los tejidos.
Debe indicarse que la demanda de oxigeno no resulta sinónimo del consumo de este gas y en muchas ocasiones el volumen de oxigeno que se consume dista mucho de la demanda.
En condiciones de reposo basal relativo, cuando existen condiciones funcionales, psíquicas, ambientales, etc., plenamente favorables, el consumo de oxigeno en hombres adultos se localiza entre los 250-350 ml/min. Este es un indicador interesante pues permite determinar el gasto energético mínimo para garantizar el mantenimiento de la vida. Como es lógico, el valor individual del metabolismo basal relativo se modifica sustancialmente en dependencia de la edad y el sexo.
Cuando el organismo se encuentra en actividad física se observa un sustancial aumento de la demanda de oxigeno, lo que se manifiesta en la elevación del consumo. La significativa modificación del consumo de oxigeno está relacionada con un grupo de factores que se relacionan a continuación:
1. Potencia del trabajo. El incremento progresivo de la potencia del esfuerzo realizado se acompaña de mas intensidad en la tensión de la contracción muscular y de la incorporación de mayor cantidad de planos musculares, lo que puede provocar, durante un trabajo muy intenso, que los valores de consumo de oxigeno sean más de veinte veces superiores a los registrados en condiciones de reposo relativo.
2. Temperatura ambiental: Cuando el esfuerzo físico se desarrolla en condiciones climáticas frías, el volumen de oxigeno utilizado es algo mayor, ya que resulta indispensable destinar una parte adicional del gas para garantizar el mantenimiento de la temperatura corporal.
3. Eficiencia Energética: En correspondencia con el dominio de la técnica, el tipo de actividad y, fundamentalmente, del tipo de fibras musculares que participan en la contracción, pueden observarse modificaciones en el volumen de oxigeno empleado para la realización del trabajo físico.
4. Nivel de Entrenamiento: Este es un elemento de fundamental importancia en las modificaciones que se registran en el volumen de consumo de oxigeno. La mejor coordinación motora, es decir, el equilibrio armónico entre los planos musculares que deben contraerse y los que deben estar relajados, permiten desarrollar el esfuerzo físico con un costo de oxigeno mucho menor que el que provocaría el mismo trabajo en una persona no entrenada.
Para asegurar el incremento del consumo de oxigeno resulta indispensable la movilización de los órganos de a vida vegetativa encargados de garantizar su suministro. Realmente este proceso de entrada al trabajo del sistema de suministro de oxigeno a los tejidos presenta un carácter heterocrónico, es decir, no se produce la incorporación simultánea de los diferentes subsistemas que lo integran con un ritmo de trabajo equivalente; esto implica que se requiera un tiempo mínimo indispensable para alcanzar el equilibrio funcional entre la necesidad motora y el suministro vegetativo.
El tiempo que emplea el organismo para cumplimentar la así denominada entrada al trabajo, depende de dos factores principales: por una parte, del nivel de entrenamiento del atleta, que condiciona la eficiencia movilizativa de los órganos respiratorios, cardiovasculares y de la sangre y, por otra parte, de la intensidad del esfuerzo que se desarrolla, ya que mientras mayor sea ésta más rápidamente se cumplirá la incorporación vegetativa a la respuesta orgánica.
Resulta posible garantizar el equilibrio necesidad-suministro de oxigeno hasta determinado nivel de intensidad del esfuerzo. Esto se debe a que ante cargas de trabajo relativamente pequeñas el consumo de oxigeno se incrementa de manera prácticamente lineal, pero esto es válido solo hasta el punto en que se alcanza el máximo consumo de oxigeno, momento a partir del cual ya no es posible elevar el consumo de oxigeno que se consume.
Por tal razón, el máximo consumo de oxigeno se interpreta como la máxima capacidad individual de utilizar el oxigeno, expresando la eficiencia orgánica para adaptarse a la realización de esfuerzos físicos de carácter anaerobio. Es por ello que la determinación de este indicador, y los parámetros que de él se derivan, se emplea para evaluar la capacidad de trabajo física.
Queda claro entonces que la principal tarea de los órganos de la vida vegetativa radica en garantizar el suministro de oxigeno a las estructuras que garantizan el trabajo físico. Dentro de ello, la función respiratoria propicia no sólo la entrega de oxigeno, sino que, además, facilita la eliminación de CO2 como resultado de la actividad celular, procesos ambos de extraordinaria importancia para el adecuado desarrollo del metabolismo en los tejidos.
El esfuerzo físico implica un incremento sustancial de las exigencias energéticas del organismo, fundamentalmente en aquellas zonas que participan directamente en el trabajo, lo que genera un incremento en la actividad oxidativa en las células, que se corresponde con las características de la contracción y la magnitud del esfuerzo. Esta situación provoca notables modificaciones en el comportamiento de las funciones de los subsistemas integrantes del sistema de suministro de oxigeno. Por ejemplo, durante la realización de esfuerzos físicos se ponen de manifiesto notables cambios de la frecuencia y de la profundidad de los ciclos respiratorios con relación a la situación de reposo relativo, los que implican modificaciones de la ventilación pulmonar, indicador que expresa el volumen total de aire que pasa por los pulmones en la unidad de tiempo.
Aunque este indicador está sometido a las múltiples características individuales de todo sujeto, lo que significa de por sí notables diferencias, su valor medio para un adulto en condiciones de reposo, se ubica entre los 5 –7 l/min.
Como el ejercicio físico se acompaña del sustancial incremento de la necesidad de utilizar O2 y eliminar CO2, la realización del trabajo produce notables aumentos de la ventilación pulmonar que puede llegar hasta los 150 l/min.
Conviene aclarar que todas las funciones vegetativas tienden a estabilizarse en valores o niveles que se corresponden con la magnitud del esfuerzo. Dicha estabilización, denominada estado estable, se clasifica como real cuando la actividad vegetativa logra equilibrar el suministro de oxigeno con el nivel de las necesidades somáticas, o se cataloga de aparente la estabilización del nivel del suministro de oxigeno cuando este no logra entregar los volúmenes necesarios para la realización del esfuerzo.
La presencia de una u otra forma de estado estable depende de la intensidad del trabajo que se desarrolle y de su tiempo de duración.
Cuando las necesidades energéticas del esfuerzo son tan elevadas que no pueden ser resueltas ni siquiera aportando el máximo volumen de oxigeno posible para el individuo, aparece un estado estable aparente, es decir se estabilizan las funciones en un nivel determinado y se resuelve por vía aerobia sólo una parte dela energía necesaria para la realización del trabajo; la otra parte de la energía se obtiene por mecanismos anaerobios y se acompaña de la acumulación de sustancias ácidas que se eliminan durante el proceso de recuperación, luego de finalizada la actividad principal.
Si la potencia del trabajo es moderada, el sistema de suministro de oxigeno es capaz de resolver todo el volumen de este gas que resulte necesario para la realización del esfuerzo y el estado estable, en este caso, es real.
Tomando en consideración las características del trabajo vegetativo antes indicadas, es que resulta conveniente abordar el comportamiento de las funciones respiratorias, cardiovasculares y sanguíneas como elementos integrantes del sistema de suministro de oxigeno a los tejidos.
De lo expuesto hasta aquí se deduce que todo el proceso de entrega de oxigeno a las células está condicionado por un grupo de factores que conviene tener en consideración ya que la importancia de este indicador es tan alta que define, en gran medida, el resultado deportivo.
El primer elemento que debe tenerse en cuenta es la constitución genética, que predetermina hasta un 80% el máximo consumo de oxigeno del individuo.
Otro factor importante es la masa muscular participante en la acción motora. Resulta lógico pensar que mientras mayor sea la presencia de planos musculares en el movimiento, más alto será el valor del consumo de oxigeno.
La edad del individuo también influye en el nivel del máximo consumo de oxigeno. Muchas investigaciones ponen de manifiesto que alrededor de los 18-25 años se registra el mejor valor de este indicador para un mismo individuo. El sexo tiene una influencia sustancial en el valor del indicador de referencia.
Debe tenerse en cuenta que en las edades infantiles no existen diferencias significativas entre los representantes de ambos sexos. De 63
aquí se deduce que la pubertad marca un importante momento de diferenciación de las capacidades aerobias entre los hombres y las mujeres, lo que puede estar asociado a la presencia de mayor cantidad de grasa en el organismo femenino.
Por último debe tenerse en cuenta el papel que desempeña el entrenamiento sistemático sobre el comportamiento del máximo consumo de oxigeno. Como cabe suponer, el organismo sometido a un programa de ejercitación específicamente planificado y dirigido al mejoramiento de la capacidad de trabajo, presenta no solo incrementos sustanciales en la fuerza de la contracción muscular y en la eficiencia de la coordinación motora, sino que también mejoran las posibilidades de trabajo aeróbio, limitando, por tanto, la formación de sustancias ácidas y la formación de deuda de oxigeno.
Pero aun de mayor importancia resulta la influencia del entrenamiento sobre la eficiencia energética de la acción motora. Dicho en otras palabras, aunque el entrenamiento intenso no genera una modificación extraordinariamente positiva del máximo consumo de oxigeno, si propicia mayor economía para la realización del esfuerzo física, provocando por esta vía un incremento de la reserva de oxigeno disponible para la ejecución del trabajo.
La economía del esfuerzo a que se hace referencia está motivada por modificaciones funcionales del organismo que intervienen en la definición de la capacidad de trabajo, principalmente las relacionadas con la actividad cardiovascular y respiratoria además de los complejos cambios experimentados en las reservas de glucògeno, el potencial oxidativo energético y la presencia de mitocondrias en el músculo.
En dependencia de la intensidad y duración del trabajo físico que se desarrolla, los procesos metabólicos encargados de garantizar el aporte de ATP se pueden encontrar en los campos aeróbio o anaeróbio, en dependencia de la presencia directa o indirecta del oxigeno en el desenvolvimiento de los mismos.
De lo anterior se desprende la importancia de abordar el funcionamiento del sistema encargado del suministro de oxigeno a los tejidos, a partir de la integración de los subsistemas sanguíneo, cardiovascular y respiratorio y que, en esencia, constituyen la parte vegetativa indispensable para asegurar la acción motora.
Resulta lógico pensar que el acto contráctil implica un sustancial incremento de la demanda de oxigeno en la estructura orgánica que realiza la acción, con el objetivo de responder en la mayor medida posible a las exigencias de la oxidación aerobia de los sustratos. En este caso, las sustancias que se someten al proceso oxidativo son la glucosa, los ácidos grasos y, en una medida mucho menos importante, los aminoácidos.
Los músculos pueden obtener energía para su actividad también por vía anaerobia, pero ese camino, siempre que resulte posible, se limita al máximo por dos razones básicas: la primera, porque solo se pueden emplear reservas de glucosa y, la segunda, por la pequeña cantidad de ATP que se logra obtener por esa vía. Además, el mecanismo anaerobio se acompaña de la acumulación de ácido láctico y ácido pirúbico, lo que obliga al organismo a resintetizarlo utilizando oxigeno, proceso que, como regla, se cumple al finalizar el trabajo.
De acuerdo con lo señalado, tanto durante el esfuerzo físico como en momentos posteriores a su finalización, se observa un incremento de la demanda de oxigeno total, que está determinado por la intensidad del trabajo que se realice.
Aun cuando la demanda de oxigeno es un elemento que acompaña la actividad física, la cantidad de éste gas que se encuentra disponible en el organismo es muy limitada, localizándose básicamente en:
• el aire contenido en los alvéolos pulmonares.
• el transportado por la sangre, combinado con la hemoglobina.
• el unido a la mioglobina
• el disuelto en el tejido muscular
La suma de los valores parciales de oxigeno disponible en los cuatro indicadores señalados, se localiza entre los 2,0- 2,5 litros, en condiciones de reposo, lo que obliga, cuando el organismo pasa a una actividad más o menos intensa, a que surjan reacciones compensatorias para garantizar el incremento de la captación del gas, y en correspondencia con ello, aumentar el volumen de oxigeno transportado por la sangre y su distribución en los tejidos, fundamentalmente hacia aquellas zonas que intervienen directamente en el trabajo.
Hasta ciertos límites, la correspondencia entre la demanda de oxigeno planteada por el organismo y el suministro de este gas que puede lograse es prácticamente equilibrada, lo que propicia que la estructura muscular desarrolle su trabajo con un predominio energético aeróbio. La consecución de este equilibrio se logra con participación directa de la corteza motora de los hemisferios cerebrales que imparten las ordenes indispensables para regular las modificaciones cardiovasculares y respiratorias que aseguran el incremento del volumen de oxigeno que se hace llegar a los tejidos.
Debe indicarse que la demanda de oxigeno no resulta sinónimo del consumo de este gas y en muchas ocasiones el volumen de oxigeno que se consume dista mucho de la demanda.
En condiciones de reposo basal relativo, cuando existen condiciones funcionales, psíquicas, ambientales, etc., plenamente favorables, el consumo de oxigeno en hombres adultos se localiza entre los 250-350 ml/min. Este es un indicador interesante pues permite determinar el gasto energético mínimo para garantizar el mantenimiento de la vida. Como es lógico, el valor individual del metabolismo basal relativo se modifica sustancialmente en dependencia de la edad y el sexo.
Cuando el organismo se encuentra en actividad física se observa un sustancial aumento de la demanda de oxigeno, lo que se manifiesta en la elevación del consumo. La significativa modificación del consumo de oxigeno está relacionada con un grupo de factores que se relacionan a continuación:
1. Potencia del trabajo. El incremento progresivo de la potencia del esfuerzo realizado se acompaña de mas intensidad en la tensión de la contracción muscular y de la incorporación de mayor cantidad de planos musculares, lo que puede provocar, durante un trabajo muy intenso, que los valores de consumo de oxigeno sean más de veinte veces superiores a los registrados en condiciones de reposo relativo.
2. Temperatura ambiental: Cuando el esfuerzo físico se desarrolla en condiciones climáticas frías, el volumen de oxigeno utilizado es algo mayor, ya que resulta indispensable destinar una parte adicional del gas para garantizar el mantenimiento de la temperatura corporal.
3. Eficiencia Energética: En correspondencia con el dominio de la técnica, el tipo de actividad y, fundamentalmente, del tipo de fibras musculares que participan en la contracción, pueden observarse modificaciones en el volumen de oxigeno empleado para la realización del trabajo físico.
4. Nivel de Entrenamiento: Este es un elemento de fundamental importancia en las modificaciones que se registran en el volumen de consumo de oxigeno. La mejor coordinación motora, es decir, el equilibrio armónico entre los planos musculares que deben contraerse y los que deben estar relajados, permiten desarrollar el esfuerzo físico con un costo de oxigeno mucho menor que el que provocaría el mismo trabajo en una persona no entrenada.
Para asegurar el incremento del consumo de oxigeno resulta indispensable la movilización de los órganos de a vida vegetativa encargados de garantizar su suministro. Realmente este proceso de entrada al trabajo del sistema de suministro de oxigeno a los tejidos presenta un carácter heterocrónico, es decir, no se produce la incorporación simultánea de los diferentes subsistemas que lo integran con un ritmo de trabajo equivalente; esto implica que se requiera un tiempo mínimo indispensable para alcanzar el equilibrio funcional entre la necesidad motora y el suministro vegetativo.
El tiempo que emplea el organismo para cumplimentar la así denominada entrada al trabajo, depende de dos factores principales: por una parte, del nivel de entrenamiento del atleta, que condiciona la eficiencia movilizativa de los órganos respiratorios, cardiovasculares y de la sangre y, por otra parte, de la intensidad del esfuerzo que se desarrolla, ya que mientras mayor sea ésta más rápidamente se cumplirá la incorporación vegetativa a la respuesta orgánica.
Resulta posible garantizar el equilibrio necesidad-suministro de oxigeno hasta determinado nivel de intensidad del esfuerzo. Esto se debe a que ante cargas de trabajo relativamente pequeñas el consumo de oxigeno se incrementa de manera prácticamente lineal, pero esto es válido solo hasta el punto en que se alcanza el máximo consumo de oxigeno, momento a partir del cual ya no es posible elevar el consumo de oxigeno que se consume.
Por tal razón, el máximo consumo de oxigeno se interpreta como la máxima capacidad individual de utilizar el oxigeno, expresando la eficiencia orgánica para adaptarse a la realización de esfuerzos físicos de carácter anaerobio. Es por ello que la determinación de este indicador, y los parámetros que de él se derivan, se emplea para evaluar la capacidad de trabajo física.
Queda claro entonces que la principal tarea de los órganos de la vida vegetativa radica en garantizar el suministro de oxigeno a las estructuras que garantizan el trabajo físico. Dentro de ello, la función respiratoria propicia no sólo la entrega de oxigeno, sino que, además, facilita la eliminación de CO2 como resultado de la actividad celular, procesos ambos de extraordinaria importancia para el adecuado desarrollo del metabolismo en los tejidos.
El esfuerzo físico implica un incremento sustancial de las exigencias energéticas del organismo, fundamentalmente en aquellas zonas que participan directamente en el trabajo, lo que genera un incremento en la actividad oxidativa en las células, que se corresponde con las características de la contracción y la magnitud del esfuerzo. Esta situación provoca notables modificaciones en el comportamiento de las funciones de los subsistemas integrantes del sistema de suministro de oxigeno. Por ejemplo, durante la realización de esfuerzos físicos se ponen de manifiesto notables cambios de la frecuencia y de la profundidad de los ciclos respiratorios con relación a la situación de reposo relativo, los que implican modificaciones de la ventilación pulmonar, indicador que expresa el volumen total de aire que pasa por los pulmones en la unidad de tiempo.
Aunque este indicador está sometido a las múltiples características individuales de todo sujeto, lo que significa de por sí notables diferencias, su valor medio para un adulto en condiciones de reposo, se ubica entre los 5 –7 l/min.
Como el ejercicio físico se acompaña del sustancial incremento de la necesidad de utilizar O2 y eliminar CO2, la realización del trabajo produce notables aumentos de la ventilación pulmonar que puede llegar hasta los 150 l/min.
Conviene aclarar que todas las funciones vegetativas tienden a estabilizarse en valores o niveles que se corresponden con la magnitud del esfuerzo. Dicha estabilización, denominada estado estable, se clasifica como real cuando la actividad vegetativa logra equilibrar el suministro de oxigeno con el nivel de las necesidades somáticas, o se cataloga de aparente la estabilización del nivel del suministro de oxigeno cuando este no logra entregar los volúmenes necesarios para la realización del esfuerzo.
La presencia de una u otra forma de estado estable depende de la intensidad del trabajo que se desarrolle y de su tiempo de duración.
Cuando las necesidades energéticas del esfuerzo son tan elevadas que no pueden ser resueltas ni siquiera aportando el máximo volumen de oxigeno posible para el individuo, aparece un estado estable aparente, es decir se estabilizan las funciones en un nivel determinado y se resuelve por vía aerobia sólo una parte dela energía necesaria para la realización del trabajo; la otra parte de la energía se obtiene por mecanismos anaerobios y se acompaña de la acumulación de sustancias ácidas que se eliminan durante el proceso de recuperación, luego de finalizada la actividad principal.
Si la potencia del trabajo es moderada, el sistema de suministro de oxigeno es capaz de resolver todo el volumen de este gas que resulte necesario para la realización del esfuerzo y el estado estable, en este caso, es real.
Tomando en consideración las características del trabajo vegetativo antes indicadas, es que resulta conveniente abordar el comportamiento de las funciones respiratorias, cardiovasculares y sanguíneas como elementos integrantes del sistema de suministro de oxigeno a los tejidos.
De lo expuesto hasta aquí se deduce que todo el proceso de entrega de oxigeno a las células está condicionado por un grupo de factores que conviene tener en consideración ya que la importancia de este indicador es tan alta que define, en gran medida, el resultado deportivo.
El primer elemento que debe tenerse en cuenta es la constitución genética, que predetermina hasta un 80% el máximo consumo de oxigeno del individuo.
Otro factor importante es la masa muscular participante en la acción motora. Resulta lógico pensar que mientras mayor sea la presencia de planos musculares en el movimiento, más alto será el valor del consumo de oxigeno.
La edad del individuo también influye en el nivel del máximo consumo de oxigeno. Muchas investigaciones ponen de manifiesto que alrededor de los 18-25 años se registra el mejor valor de este indicador para un mismo individuo. El sexo tiene una influencia sustancial en el valor del indicador de referencia.
Debe tenerse en cuenta que en las edades infantiles no existen diferencias significativas entre los representantes de ambos sexos. De 63
aquí se deduce que la pubertad marca un importante momento de diferenciación de las capacidades aerobias entre los hombres y las mujeres, lo que puede estar asociado a la presencia de mayor cantidad de grasa en el organismo femenino.
Por último debe tenerse en cuenta el papel que desempeña el entrenamiento sistemático sobre el comportamiento del máximo consumo de oxigeno. Como cabe suponer, el organismo sometido a un programa de ejercitación específicamente planificado y dirigido al mejoramiento de la capacidad de trabajo, presenta no solo incrementos sustanciales en la fuerza de la contracción muscular y en la eficiencia de la coordinación motora, sino que también mejoran las posibilidades de trabajo aeróbio, limitando, por tanto, la formación de sustancias ácidas y la formación de deuda de oxigeno.
Pero aun de mayor importancia resulta la influencia del entrenamiento sobre la eficiencia energética de la acción motora. Dicho en otras palabras, aunque el entrenamiento intenso no genera una modificación extraordinariamente positiva del máximo consumo de oxigeno, si propicia mayor economía para la realización del esfuerzo física, provocando por esta vía un incremento de la reserva de oxigeno disponible para la ejecución del trabajo.
La economía del esfuerzo a que se hace referencia está motivada por modificaciones funcionales del organismo que intervienen en la definición de la capacidad de trabajo, principalmente las relacionadas con la actividad cardiovascular y respiratoria además de los complejos cambios experimentados en las reservas de glucògeno, el potencial oxidativo energético y la presencia de mitocondrias en el músculo.
LOS HÁBITOS MOTORES
Dentro de la preparación del deportista, es usual considerar como una dirección fundamental de trabajo la relacionada con el perfeccionamiento de la técnica de los movimientos que le imprimen carácter específico, o lo que resulta igual, prestar atención al proceso de formación de los hábitos motores.
El hábito motor se relaciona con la estructura de los movimientos, encierra su “dibujo” en la conciencia del ejecutor e incorpora, además, a la coordinación del trabajo y su correspondencia con la actividad de las funciones vegetativas, es decir, respiratorias, circulatorias y de intercambio energético.
El nivel de perfección de un hábito motor puede ser establecido por el registro de la intensidad y simultaneidad del esfuerzo físico realizado, por la exactitud u la limpieza en la ejecución de los movimientos, por el resultado de la acción motora y, también, por vía del análisis biomecánico y fisiológico de la coordinación del acto motor y los procesos vegetativos.
La formación del hábito motor transita por tres etapas o estadios que se presentan de manera consecutiva. Primero, el movimiento se realiza con inseguridad y solo de manera aproximada se corresponde con la tarea motora planteada, acompañándose de esfuerzos musculares indiscriminados, en los que participan grupos musculares ajenos a la acción, lo que provoca un sustancial aumento del gasto energético. Esta etapa se caracteriza por la irradiación de la excitación en el sistema nerviosos central y, en consecuencia con ello, la insuficiente coordinación motora conduce a la realización de movimientos innecesarios.
La siguiente etapa se caracteriza porque las exigencias del movimiento se cumplen con mayor perfección y ante un gasto energético cada vez menor. La excitación en el sistema nerviosos central tiende a concentrarse en los centros específicos que regulan la acción motora y el gasto energético se reduce proporcionalmente.
Por último, en la tercera etapa el movimiento se estabiliza iniciándose el cumplimiento del estereotipo dinámico. Para esta etapa es característica la automatización del movimiento, lo que se acompaña con la excitación localizada exclusivamente en los centros nerviosos que participan en la regulación de la acción motora y resulta mínimo el gasto energético indispensable para su realización.
La duración de cada una de estas etapas, presentes en el proceso de formación del hábito motor, y particularmente los cambios en las características de la excitación en el sistema nerviosos central, se corresponden con la dinámica de formación de los reflejos condicionados, lo que permite relacionar el proceso con la estructuración de los estereotipos dinámicos. La generalización de la excitación en la primera etapa de formación del hábito motor se vincula con el predominio más o menos acentuado del componente de orientación en tanto que ejercicio que se ejecuta sea nuevo y original. Durante el primer y segundo estadios, la realización del movimiento se acompaña de un discurso interno, para sí, es decir, se piensa en movimiento, tanto en sus partes componentes como en la totalidad, lo que quiere decir que el segundo sistema de señales es empleado para ir trazando la ejecución del movimiento.
Cuando se alcanza la automatización del movimiento, tercera etapa del proceso de formación del hábito motor, junto a la localización en los centros nerviosos específicos aparece el proceso inhibitorio que garantiza que la excitación de las estructuras nerviosas sea limitada. La inhibición abarca los centros nerviosos que regulan la palabra y, como consecuencia de ello, la ejecución del movimiento no se acompaña de su estructuración en el pensamiento. El discurso interno se limita a la estructuración del inicio del movimiento y, aún esto, llega a desaparecer totalmente.
Resulta indispensable tener en cuenta que el inicio de la formación de un hábito motor debe ser considerado tan condicionado como nueva sea la utilización, en su formación, de la experiencia motora anterior. Esta interpretación no resulta novedosa en la práctica deportiva.
Parte de la experiencia motora anterior puede ser extrapolada, es decir, dirigida hacia la formación del nuevo movimiento. Sin embargo, la otra parte puede constituir un serio obstáculo para la formación del hábito y, por lo tanto, debe ser inhibida.
Gracias a la experiencia motora anterior, la primera etapa del proceso de formación del hábito motor suele transcurrir con gran rapidez y, en muchas ocasiones, no es necesaria su presencia. El movimiento se realiza con bastante corrección y se produce un perfeccionamiento progresivo, en correspondencia con las características de la segunda etapa. Cuando esto ocurre prácticamente no aparece la generalización de la excitación en el sistema nervioso central y no se manifiestan reacciones de orientación hacia lo novedoso que encierra la acción motora ya que el nuevo movimiento es análogo a los actos motores antes dominados. Este proceso se conoce como transferencia de hábitos durante la enseñanza de los ejercicios.
Cuando se analizan las características de la tercera etapa de formación de los hábitos motores, debe señalarse que el grado de automatización de los movimientos no es igual en todos los deportes, estando ello determinado por el nivel de complejidad y diversidad de coordinación que se requiera. Mientras más cercana se encuentre la exigencia técnica de las particularidades dinámicas del movimiento natural mayor será el nivel de automatización posible.
La carrera, por ejemplo, que incorpora una gran cantidad de movimientos automatizados se caracteriza por presentar una técnica muy próxima al movimiento natural, que le resulta conocido al hombre desde los primeros años de vida. En la natación el nivel de automatización es considerablemente menor ya que las particularidades de su técnica se diferencian sustancialmente de las formas de locomoción propias del hombre, que se aprenden mucho antes de la iniciación deportiva, ya sea mediante la educación física o a través del entrenamiento deportivo. También resulta menor la automatización de los ejercicios de gimnasia artística, deporte que se caracteriza por la organización y montaje de una rutina de movimientos nuevos para cada competencia.
Tratar de lograr un nivel de automatización superior al realmente indispensable no resulta recomendable ya que puede conducir al entorpecimiento del propio movimiento y a la pérdida del control preciso que este requiere, o lo que resulta igual, hacia una menor perfección en su ejecución.
Es importante tener en cuenta, además, que en la medida en que el movimiento alcanza un mayor nivel de profundización en su automatización, más difícil será introducir correcciones o modificaciones en su realización. La profunda automatización de la ejecución de un movimiento, partiendo de la experiencia motora anterior, puede convertirse en un obstáculo para la creación de nuevos movimientos de una estructura similar, constituyendo una fuente negativa para la transferencia de hábitos. Se puede concluir, por tanto, que aunque para el dominio de la técnica de un movimiento la automatización es indispensable, al mismo tiempo puede generar interferencias negativas cuando la metodología empleada para lograrla resulta irracional.
En cualquier proceso de enseñanza de un movimiento deportivo se pueden distinguir las fases de iniciación, fijación y perfeccionamiento. Junto a ello, una tarea motora puede ser resuelta por las más diversas combinaciones de trabajo de diferentes grupos musculares y las más variadas alteraciones del funcionamiento vegetativo. El perfeccionamiento del movimiento reclama la combinación de un elevado nivel de variabilidad de las funciones orgánicas con una escalonada estabilización y movilidad de las funciones, lo que permite asegurar el resultado positivo de las sesiones de entrenamiento y del éxito competitivo.
La dinámica del perfeccionamiento de un movimiento aislado transita por la vía de la interacción de muchos hábitos motores en el proceso de entrenamiento, que se perfeccionan en determinado momento. Así, durante el juego, el jugador de fútbol puede aplicar un golpe al balón que no haya entrenado anteriormente y que constituya el resultado de la extrapolación de dos o más hábitos, partes de los cuales, en relación con la nueva necesidad, son utilizados en una nueva combinación. Como resultado aparece un nuevo hábito “sobre la marcha”.
La formación del hábito motor está relacionada con el correspondiente ritmo de la excitación en las diferentes estructuras neuro-musculares que participan en la acción motora y también con la adecuada y armónica combinación de las funciones motoras y vegetativas. Una característica muy importante, durante la ejercitación física, es la diversidad de la tensión funcional del organismo del atleta y la heterocronicidad en la combinación de las funciones de los diferentes sistemas.
El hábito motor se relaciona con la estructura de los movimientos, encierra su “dibujo” en la conciencia del ejecutor e incorpora, además, a la coordinación del trabajo y su correspondencia con la actividad de las funciones vegetativas, es decir, respiratorias, circulatorias y de intercambio energético.
El nivel de perfección de un hábito motor puede ser establecido por el registro de la intensidad y simultaneidad del esfuerzo físico realizado, por la exactitud u la limpieza en la ejecución de los movimientos, por el resultado de la acción motora y, también, por vía del análisis biomecánico y fisiológico de la coordinación del acto motor y los procesos vegetativos.
La formación del hábito motor transita por tres etapas o estadios que se presentan de manera consecutiva. Primero, el movimiento se realiza con inseguridad y solo de manera aproximada se corresponde con la tarea motora planteada, acompañándose de esfuerzos musculares indiscriminados, en los que participan grupos musculares ajenos a la acción, lo que provoca un sustancial aumento del gasto energético. Esta etapa se caracteriza por la irradiación de la excitación en el sistema nerviosos central y, en consecuencia con ello, la insuficiente coordinación motora conduce a la realización de movimientos innecesarios.
La siguiente etapa se caracteriza porque las exigencias del movimiento se cumplen con mayor perfección y ante un gasto energético cada vez menor. La excitación en el sistema nerviosos central tiende a concentrarse en los centros específicos que regulan la acción motora y el gasto energético se reduce proporcionalmente.
Por último, en la tercera etapa el movimiento se estabiliza iniciándose el cumplimiento del estereotipo dinámico. Para esta etapa es característica la automatización del movimiento, lo que se acompaña con la excitación localizada exclusivamente en los centros nerviosos que participan en la regulación de la acción motora y resulta mínimo el gasto energético indispensable para su realización.
La duración de cada una de estas etapas, presentes en el proceso de formación del hábito motor, y particularmente los cambios en las características de la excitación en el sistema nerviosos central, se corresponden con la dinámica de formación de los reflejos condicionados, lo que permite relacionar el proceso con la estructuración de los estereotipos dinámicos. La generalización de la excitación en la primera etapa de formación del hábito motor se vincula con el predominio más o menos acentuado del componente de orientación en tanto que ejercicio que se ejecuta sea nuevo y original. Durante el primer y segundo estadios, la realización del movimiento se acompaña de un discurso interno, para sí, es decir, se piensa en movimiento, tanto en sus partes componentes como en la totalidad, lo que quiere decir que el segundo sistema de señales es empleado para ir trazando la ejecución del movimiento.
Cuando se alcanza la automatización del movimiento, tercera etapa del proceso de formación del hábito motor, junto a la localización en los centros nerviosos específicos aparece el proceso inhibitorio que garantiza que la excitación de las estructuras nerviosas sea limitada. La inhibición abarca los centros nerviosos que regulan la palabra y, como consecuencia de ello, la ejecución del movimiento no se acompaña de su estructuración en el pensamiento. El discurso interno se limita a la estructuración del inicio del movimiento y, aún esto, llega a desaparecer totalmente.
Resulta indispensable tener en cuenta que el inicio de la formación de un hábito motor debe ser considerado tan condicionado como nueva sea la utilización, en su formación, de la experiencia motora anterior. Esta interpretación no resulta novedosa en la práctica deportiva.
Parte de la experiencia motora anterior puede ser extrapolada, es decir, dirigida hacia la formación del nuevo movimiento. Sin embargo, la otra parte puede constituir un serio obstáculo para la formación del hábito y, por lo tanto, debe ser inhibida.
Gracias a la experiencia motora anterior, la primera etapa del proceso de formación del hábito motor suele transcurrir con gran rapidez y, en muchas ocasiones, no es necesaria su presencia. El movimiento se realiza con bastante corrección y se produce un perfeccionamiento progresivo, en correspondencia con las características de la segunda etapa. Cuando esto ocurre prácticamente no aparece la generalización de la excitación en el sistema nervioso central y no se manifiestan reacciones de orientación hacia lo novedoso que encierra la acción motora ya que el nuevo movimiento es análogo a los actos motores antes dominados. Este proceso se conoce como transferencia de hábitos durante la enseñanza de los ejercicios.
Cuando se analizan las características de la tercera etapa de formación de los hábitos motores, debe señalarse que el grado de automatización de los movimientos no es igual en todos los deportes, estando ello determinado por el nivel de complejidad y diversidad de coordinación que se requiera. Mientras más cercana se encuentre la exigencia técnica de las particularidades dinámicas del movimiento natural mayor será el nivel de automatización posible.
La carrera, por ejemplo, que incorpora una gran cantidad de movimientos automatizados se caracteriza por presentar una técnica muy próxima al movimiento natural, que le resulta conocido al hombre desde los primeros años de vida. En la natación el nivel de automatización es considerablemente menor ya que las particularidades de su técnica se diferencian sustancialmente de las formas de locomoción propias del hombre, que se aprenden mucho antes de la iniciación deportiva, ya sea mediante la educación física o a través del entrenamiento deportivo. También resulta menor la automatización de los ejercicios de gimnasia artística, deporte que se caracteriza por la organización y montaje de una rutina de movimientos nuevos para cada competencia.
Tratar de lograr un nivel de automatización superior al realmente indispensable no resulta recomendable ya que puede conducir al entorpecimiento del propio movimiento y a la pérdida del control preciso que este requiere, o lo que resulta igual, hacia una menor perfección en su ejecución.
Es importante tener en cuenta, además, que en la medida en que el movimiento alcanza un mayor nivel de profundización en su automatización, más difícil será introducir correcciones o modificaciones en su realización. La profunda automatización de la ejecución de un movimiento, partiendo de la experiencia motora anterior, puede convertirse en un obstáculo para la creación de nuevos movimientos de una estructura similar, constituyendo una fuente negativa para la transferencia de hábitos. Se puede concluir, por tanto, que aunque para el dominio de la técnica de un movimiento la automatización es indispensable, al mismo tiempo puede generar interferencias negativas cuando la metodología empleada para lograrla resulta irracional.
En cualquier proceso de enseñanza de un movimiento deportivo se pueden distinguir las fases de iniciación, fijación y perfeccionamiento. Junto a ello, una tarea motora puede ser resuelta por las más diversas combinaciones de trabajo de diferentes grupos musculares y las más variadas alteraciones del funcionamiento vegetativo. El perfeccionamiento del movimiento reclama la combinación de un elevado nivel de variabilidad de las funciones orgánicas con una escalonada estabilización y movilidad de las funciones, lo que permite asegurar el resultado positivo de las sesiones de entrenamiento y del éxito competitivo.
La dinámica del perfeccionamiento de un movimiento aislado transita por la vía de la interacción de muchos hábitos motores en el proceso de entrenamiento, que se perfeccionan en determinado momento. Así, durante el juego, el jugador de fútbol puede aplicar un golpe al balón que no haya entrenado anteriormente y que constituya el resultado de la extrapolación de dos o más hábitos, partes de los cuales, en relación con la nueva necesidad, son utilizados en una nueva combinación. Como resultado aparece un nuevo hábito “sobre la marcha”.
La formación del hábito motor está relacionada con el correspondiente ritmo de la excitación en las diferentes estructuras neuro-musculares que participan en la acción motora y también con la adecuada y armónica combinación de las funciones motoras y vegetativas. Una característica muy importante, durante la ejercitación física, es la diversidad de la tensión funcional del organismo del atleta y la heterocronicidad en la combinación de las funciones de los diferentes sistemas.
LA ACCIÓN REGULADORA DEL SISTEMA NERVIOSO CENTRAL.-
La célula nerviosa o neurona es el principal elemento estructural del sistema nervioso. Es por su conducto que se realiza la transmisión de la excitación (información de un sector del sistema nervioso a otro o desde éste hacia diversos puntos del organismo). En las neuronas se cumplen los más complejos procesos de la información y por medio de éstos se forman las reacciones de respuesta del organismo, los reflejos, ante las irritaciones externas e internas.
Existen tres tipos fundamentales de neuronas, las aferentes o centrípetas, que transmiten la información desde los receptores hacia el sistema nervioso central. Los cuerpos de éstas neuronas se localizan fuera del sistema nervioso central, básicamente en los ganglios cerebroespinales y en los ganglios de los nervios cráneo-espinales. Las aferentes o centrífugas, que tienen como tarea principal comunicar a diferentes sectores del sistema nervioso central con las estructuras efectoras del organismo. Por último, las intermedias, también conocidas como intercalares, son generalmente mucho más pequeñas y efectúan la comunicación entre diversas neuronas. En correspondencia con las múltiples ramificaciones que se observa en el axón de estas pequeñas células están en capacidad de excitar de manera simultánea a un gran grupo de otras neuronas.
Dentro de la propia neurona, los diferentes elementos estructurales que la conforman presentan particularidades funcionales y diferente carácter fisiológico. Las dendritas se encargan de permitir que las señales tengan acceso a la célula nerviosa. Mediante el axón se garantiza la transmisión de información a otras células nerviosas y a órganos encargados del trabajo.
El núcleo constituye casi una tercera parte de la dimensión total del cuerpo celular y contiene una cantidad bastante estable de ácido desoxirribonucleico (DNA). Los nucleolos que lo integran participan en el suministro de ácido ribonucleico (RNA) y proteínas a la célula. La neurona está cubierta por una membrana semipermeable que permite la regulación iónica dentro de la célula y su intercambio con el medio externo. Ante una irritación se modifica la permeabilidad de la membrana, lo que tiene un significado especial en el surgimiento del potencial de acción y en la transmisión de los impulsos nerviosos. Las neuronas cuentan con estructuras especializadas, las mitocondrias, que se encargan de los procesos oxidativos para la formación de combinaciones ricas en energía y su función se incrementa con el entrenamiento físico sistemático.
Cuando aparecen influencias negativas tales como la fatiga, el sobrecalentamiento, etc., la intensidad de los procesos oxidativos se incrementa en las células ubicadas en las secciones más elevadas del sistema nervioso central, principalmente en aquellas que se localizan en la corteza de los grandes hemisferios. También se aprecian cambios funcionales de mucha importancia en las mitocondrias, tan agudos que pueden provocar su destrucción, y que se acompañan de una reducción parcial o total de la actividad de la neurona.
En el metabolismo neuronal lo más significativo se localiza en la rapidez de su desarrollo y en el predominio de los procesos aerobios. Esto explica que breves alteraciones del suministro de oxigeno al cerebro puedan provocar cambios irreparables en el funcionamiento de las células que lo integran.
La actividad de las neuronas se caracteriza por la presencia de procesos tróficos, es decir, por el incremento de la síntesis de proteínas. Cuando aparecen razones que provocan la excitación de las células nerviosas, como es el caso del entrenamiento deportivo sistemático, en los tejidos que integran éstas se observa una considerable elevación de la concentración de proteínas y de RNA, mientras que la presencia de estas sustancias se reduce cuando aparecen procesos inhibitorios como la fatiga. En el periodo de tiempo en que se desarrolla la recuperación, los niveles de los elementos indicados retornan a sus valores iniciales.
El suministro de oxigeno y de glucosa a las células nerviosas se garantiza por la existencia de una densa red capilar que se ocupa de permitir la llegada de grandes volúmenes de sangre. Cada neurona grande recibe sangre por varios capilares y las pequeñas se encuentran irrigadas por vasos capilares comunes.
Al pasar al estado activo, las células nerviosas requieren de la intensificación del suministro de sangre para elevar la recepción de oxigeno y sustancias nutritivas. Junto a ello, la escasa compresibilidad del tejido nervioso y la dureza de los huesos del graneo limitan el incremento del suministro de sangre, ante la realización del trabajo. Esto logra compensarse mediante mecanismos de redistribución que permiten acentuar la circulación sanguínea en los segmentos activos del cerebro y disminuirla en aquellos que se encuentran en reposo.
En el adecuado funcionamiento de este mecanismo es de suma importancia la participación de fibras musculares lisas presentes en los conductos arteriales, que participan en el aumento o disminución de la luz de los vasos, según sea necesario, para modificar la irrigación sanguínea en diferentes sectores del cerebro. Cuando la actividad física es tan intensa, o prolongada, que genera la aparición de la fatiga aumenta el tono de los vasos arteriales lo que implica la disminución del volumen de sangre que llega al tejido nervioso.
Una importante característica de la circulación sanguínea en este segmento del cuerpo radica en que se desarrolla mediante un sistema especializado, que garantiza disminuir las pulsaciones en el torrente sanguíneo intracraneano, lo que beneficia la circulación celular. También por ello es posible la estabilidad de la circulación en las diversas partes del cerebro cuando la cabeza ocupa cualquier posición con relación al tronco.
Tanto los elementos estructurales de la célula como los mecanismos encargados de entregarle las sustancias nutritivas que le permitan desarrollar su actividad están diseñados para garantizar que la célula nerviosa ejecute plenamente sus funciones principales, que consisten en la percepción de la información (estímulos, irritaciones) y que se conoce como función receptora; el procesamiento de esa información, es decir, la función integradora y la transmisión de las respuestas a dichas informaciones a otras neuronas, o a diferentes estructuras del organismo, se conoce como función efectora.
Al particularizar en el cumplimiento de estas funciones resulta posible distinguir dos tipos de neuronas conformando las estructuras del sistema nervioso central:
1. Las células que transmiten la información a grandes distancias, es decir, aquellas que comunican diferentes secciones del sistema nervioso central entre sí, las que se ocupan de enlazar la periferia con el centro y las que relacionan al centro con la unidad ejecutora. Son neuronas de grandes dimensiones, tanto aferentes como inhibidoras, diseñadas para asumir las complejidades de los diferentes estímulos que llegan por su conducto.
2. Las células que aseguran las relaciones interneurales en el ámbito de las estructuras nerviosas. Son pequeñas neuronas que se localizan en la médula espinal, en la corteza de los hemisferios cerebrales, etc. y que solo perciben las influencias nerviosas a través de las sinapsis excitadoras y que no se encuentran en capacidad para asumir los complejos procesos de integración de las influencias sinápticas locales. Estas células son empleadas para transmitir las influencias excitadoras e inhibidoras a otras células nerviosas.
Todos los estímulos que llegan al sistema nervioso son transmitidos a las neuronas a través de ciertos sectores de su membrana, que se encuentran en la zona de los contactos sinápticos y se realiza, en la mayoría de las células nerviosas, utilizando mediadores químicos. La modificación de la magnitud del potencial de membrana es la respuesta neuronal a un estímulo externo. Mientras mayor sea la cantidad de sinapsis que existe en una neurona mayor será su capacidad de percepción de los diferentes estímulos y en consecuencia, más amplia la esfera de influencias de su actividad y las posibilidades de participación en las variadas reacciones del organismo.
Mientras más compleja sea la función integradora de la neurona, mayor desarrollo presentan las sinapsis axodendríticas. Estas son particularmente características de las células piramidales de la corteza de los grandes hemisferios. Los impulsos nerviosos que llegan la parte presináptica del contacto provocan el vaciado de las vesículas sinápticas con la salida del mediador químico, hacia la abertura sináptica.
La entrega del mediador químico se compensa gracias a que las vesículas sinápticas se concentran en las proximidades de las aberturas sinápticas, conocidas como zonas activas u operativas. Mientras mayor cantidad de impulsos pasen por la sinapsis más elevada será la cantidad de vesículas que se desplacen hacia ésta zona y se fijen a la membrana presináptica.
Los efectos de la activación de la sinapsis pueden ser excitadores o inhibidores, y en correspondencia con ello, las neuronas que excitan segregan un mediador estimulante mientras que las células inhibidoras entregan un mediador químico que inhibe.
Ante las influencias estimulantes, aumenta la permeabilidad de la membrana y posibilita la disminución de diferencia de potenciales a ambos lados de la membrana, es decir su despolarización. En este caso se observa una pequeña oscilación negativa del potencial de membrana, potencial postsináptico excitador, que crece hasta alcanzar su máxima dimensión y luego disminuye.
Cuando la acción estimulante tiene un carácter inhibidor, la permeabilidad de la membrana no se incrementa de manera significativa. Ante esta situación se puede observar una oscilación positiva que es propia del potencial postsináptico de inhibición.
Las variaciones que se presentan en el potencial de membrana de una neurona son el resultado de una compleja interacción, de potenciales postsinápticos de excitación e inhibición que aparecen continuamente en las sinapsis activadas del cuerpo y en las dendritas la célula nerviosa. En la membrana de las células nerviosas se produce una combinación sistemática de oscilaciones positivas y negativas del potencial. Cuando se activan simultáneamente varias sinapsis de excitación, el potencial postsináptico de excitación de la neurona resulta la sumatoria de los potenciales locales presentes en cada sinapsis.
Si aparecen dos influencias estimulantes de diferente carácter en la sinapsis, la preponderancia de las inhibidoras generan la hiperpolarización de la membrana y cesa la actividad celular. Esto quiere decir que la excitabilidad de la célula aumenta sólo si los potenciales generados logran la despolarización de la membrana. La generación de una respuesta por la neurona ocurre cuando el potencial la membrana alcanza el valor umbral, denominado nivel crítico de despolarización, lo que implica el ingreso de iones de sodio a la célula y la aparición del potencial de acción.
El potencial de acción es un proceso que se propaga; el impulso se traslada desde el cuerpo de una neurona hacia otra, o hacia una estructura ejecutora, a lo largo del axón y se realiza la función efectora de la neurona.
De tal suerte, el proceso que se desarrolla en una neurona activada puede describirse como un sistema que forma la cadena siguiente: potencial de acción en la neurona precedente, que genera la liberación del mediador químico en la abertura sináptica, que aumenta la permeabilidad de la membrana postsináptica, (que se despolariza o hiperpolariza), que provoca la interacción del potencial postsináptico de excitación o inhibición según el caso, que si la excitación predomina se desplace el potencial de membrana, que alcanza su nivel crítico de despolarización, que provoca el surgimiento del potencial de acción, que se propaga por el axón hacia otra neurona u órgano.
De aquí se deduce que el potencial de membrana es un parámetro fundamental que define la importancia de los índices principales del estado funcional de la neurona: su excitabilidad y su labilidad. La excitabilidad de la neurona es la facultad que ésta tiene para responder a la influencia sináptica del potencial de acción y depende del potencial de membrana y del nivel crítico de despolarización. Si se tiene en cuenta que éste último es relativamente estable en condiciones normales de actividad, entonces, la excitabilidad de la neurona está determinada, fundamentalmente, por la magnitud del potencial de membrana.
Cuando aparece una fuerte excitación en la célula nerviosa surgen potenciales postsinápticos de excitación de gran amplitud, que sobrepasan ampliamente el nivel crítico de despolarización, manteniéndose en ese estado por un tiempo relativamente prolongado. Esta situación permite que la neurona esté en condiciones de generar potenciales de acción durante todo el período de despolarización supraumbral.
La magnitud de la despolarización de las células depende, linealmente, de la frecuencia de los estímulos. Cuando los segmentos superiores del cerebro emiten impulsos de variada frecuencia a las secciones inferiores, regulan su excitabilidad y realizan el control de las reacciones de respuesta del organismo.
Por su parte, se entiende como labilidad la rapidez con que transcurren las reacciones funcionales básicas sobre las que se fundamenta su excitación, o dicho de otra forma, la cantidad de estímulos generados por la motoneurona en la unidad de tiempo.
La célula nerviosa logra alcanzar el nivel optimo de excitabilidad y labilidad así como el nivel más alto de su actividad rítmica, cuando existe una magnitud estable del potencial de membrana, lo que constituye una importante condición para garantizar la transmisión de la información del sistema nervioso y desarrollar las reacciones más adecuadas.
La estructura y las funciones del sistema nervioso central del hombre constituyen el resultado de un intenso y profundo proceso evolutivo que ha llegado a la corticalización, es decir, a la subordinación de todas las restantes secciones del sistema nervioso a su estructura central y a la fiscalización de la corteza de los grandes hemisferios cerebrales. De ello se comprende que, en los animales superiores incluyendo al hombre, una neurona aislada no es capaz de regular ninguna función; para ello se requiere la participación de determinados grupos de células nerviosas, los centros nerviosos.
Estas agrupaciones nerviosas responden, mediante las correspondientes acciones reflejas, a las excitaciones procedentes del exterior, de receptores que con ellas se relacionan. Los centros nerviosos también reaccionan ante las modificaciones químicas que se desarrollan en la sangre que llega hasta ellos.
Las reacciones complejas que afectan a cualquier órgano se relacionan con la actividad de diversos centros nerviosos ubicados en diferentes niveles del sistema nervioso central, es por ello que las propiedades los centros nerviosos definen el carácter de las reacciones de respuesta. Estas propiedades guardan una estrecha relación con las características de la conducción de la excitación a través de las sinapsis que unen las diversas células nerviosas.
De manera contraria a la fibra nerviosa, capaz de conducir la excitación de manera bidireccional, en los centros nerviosos la onda excitatoria sólo se desplaza del área sensitiva hacia la zona eferente, es decir, se conduce unidireccionalmente, lo que está condicionado por las particularidades de la transmisión sináptica en células nerviosas, que se caracteriza por la segregación del mediador químico sólo en la porción presináptica de la sinapsis lo que impide el paso de la excitación en sentido inverso.
Otra propiedad de los centros nerviosos radica en la conducción retardada de la excitación. Ello ocurre ya que en la neurona existen dos mecanismos base para la conducción de la excitación, el eléctrico y químico. El primero se realiza con una gran velocidad de desplazamiento (100 – 140 m/seg), en tanto el segundo se desarrolla con una notable lentitud proporcional.
El retardo de la conducción se relaciona entonces con el tiempo que se pierde desde que el impulso llega a la sinapsis hasta que surgen los potenciales de excitación o inhibición. Esta demora se denomina retardo sináptico.
En ese tiempo el estímulo presináptico provoca que se llenen las vesículas sinápticas, que se produzca su segregación y que el mediador químico salga por la abertura sináptica, afectando a la membrana postsináptica y provocando la aparición del potencial postsináptico, que a su vez requiere de tiempo para alcanzar su nivel óptimo y transformarse en potencial de acción.
Como en cualquier acción se requiere la participación de una cantidad considerable de células nerviosas, resulta evidente la aparición de una cantidad sumaria del retardo de la transmisión de la excitación por los centros nerviosos, que se conoce como tiempo central de conducción.
Teniendo en consideración que el tiempo que se emplea para el paso de la excitación por las fibras nerviosas es significativamente breve, tanto desde los receptores periféricos hacia los centros nerviosos, como desde éstos a los órganos ejecutores, se considera que el tiempo transcurrido desde que aparece la acción estimulante hasta que se produce la respuesta, conocido como período latente del reflejo, es igual al tiempo central de conducción. El entrenamiento deportivo es una vía para lograr el perfeccionamiento funcional de los centros nerviosos, para acelerar la conducción de la excitación y posibilitar el reajuste de las cadenas nerviosas que participan en la transmisión del impulso nervioso.
También es propio de los centros nerviosos la adición de estímulos. Esto ocurre cuando pequeños estímulos llegan a la membrana presináptica, provocando la aparición de potenciales de excitación subumbrales. Para que la magnitud del potencial presináptico de excitación llegue al nivel crítico se requiere la acumulación de varios potenciales subumbrales. Esta adición puede presentarse de dos maneras, la espacial y la temporal.
La adición espacial se registra cuando sobre una misma célula actúan diferentes estímulos subumbrales que provienen de diferentes receptores, de manera simultánea. La adición temporal ocurre cuando una misma vía aferente se activa por la acción sucesiva de pequeños estímulos subumbrales. Por vía de la adición es posible crear la base formación de cadenas neuronales que determinan la conducta de todo el organismo y se fundamenta en el desarrollo de los reflejos condicionados.
Los centros nerviosos pueden asimilar o transformar el ritmo de los impulsos que llegan de manera rítmica. Esta capacidad de la neurona para reaccionar reajustando, asimilando o imponiendo un ritmo de trabajo, tiene gran importancia para organizar la interacción entre los diferentes centros nerviosos, entre los diferentes segmentos del sistema nervioso y, particularmente, para la organización de los movimientos rítmicos del hombre.
Gracias a esta propiedad las células nerviosas tienen la posibilidad de actuar al mismo tiempo en un complejo operacional sin que los diferentes ritmos de estimulación generen interferencias. Ello sirve de fundamento para aumentar la capacidad funcional de diversos mecanismos reflejos, así como del organismo como un todo, lo que ocurre fundamentalmente bajo la influencia del entrenamiento deportivo sistemático.
Por último, el estado activo de la célula nerviosa, o del centro nervioso, se prolonga en el tiempo aún después de finalizar la acción estimulante. Esta situación se extiende más en las estructuras en las regiones superiores del sistema nerviosos central y se conoce como “proceso de huella”.
Existen procesos de huellas de carácter manifiesto y otros de carácter oculto. Los primeros se relacionan con los procesos de corta duración. Los segundos, tienen que ver con mecanismos de naturaleza mucho más compleja.
Las funciones de huella breves, posteriores a la acción, con una duración de hasta una hora, constituyen la base de la memoria de corta duración, mientras que las huellas prolongadas, que se relacionan con modificaciones de carácter bioquímico en la estructura de la célula, son el fundamento de la memoria de larga duración.
La existencia de las propiedades enunciadas en los centros nerviosos indica la necesidad de determinado nivel de regulación y concordancia de los mecanismos reflejos que tipifican la actividad del sistema nervioso central. La relación dinámica que se establece entre los procesos de excitación, que constituyen el fundamento de todas las funciones reguladoras complejas del organismo, las particularidades de su presencia simultánea en diversos centros nerviosos, así como su cambio alterno en el tiempo, son factores que definen la exactitud y oportunidad de las reacciones de respuesta del organismo ante las más diversas influencias internas y externas.
La llegada de ondas aferentes al centro nervioso provoca que en éste aparezca uno u otro estado, es decir la excitación o la inhibición.
En situaciones particulares el estado que aparece en un centro puede extenderse a centros nerviosos vecinos. A esta forma de extensión de la excitación o de la inhibición se denomina irradiación.
Esta situación es posible debido a la gran interrelación neuronal de un centro nervioso con otro, ya que al presentarse la acción estimulante sobre un receptor, la excitación puede propagarse hacia cualquier neurona dentro del sistema nervioso central. Mientras mayor sea la fuerza de la estimulación aferente y más alta la excitabilidad de las neuronas circundantes, mayor será el área que podrá abarcar la irradiación como proceso, que desempeña un papel positivo en la formación de nuevas reacciones del organismo.
La activación de un gran conjunto de centros nerviosos posibilita la selección, dentro de ellos, de aquellos que resulten más importantes, es decir, permite perfeccionar las acciones de respuestas del organismo, propiciando el surgimiento de nuevas relaciones temporales reflejas entre diferentes centros, lo que constituye la base para la formación de los hábitos motores.
Pero en igual medida, la irradiación de la excitación puede ser la causa que engendre estados negativos en la conducta orgánica ya que puede alterar las particularmente delicadas relaciones de equilibrio entre los estados de excitación e inhibición en los centros nerviosos y conducir a desajustes en la actividad motriz.
A partir de lo señalado puede entenderse el insoslayable papel que corresponde a los procesos de inhibición en la coordinación de la actividad nerviosa. Ante todo es necesario indicar que la inhibición, como proceso, se encarga de limitar la irradiación de la excitación, lo que permite que esta se concentre en los sectores necesarios del sistema nervioso. En segundo lugar, cuando en un determinado grupo de centros nerviosos el estado de inhibición aparece simultáneamente con la excitación en otros centros, se excluye con ello la participación de efectores innecesarios para una acción motora en ese momento. Por último, la inhibición en los centros nerviosos tiene una función defensiva ya que los protege contra acciones estimulantes que sobrepasen su capacidad funcional.
Aún cuando los procesos de inhibición y excitación se interrelacionan de manera armónica y funcional es preciso indicar que la actividad de los centros nerviosos se caracteriza por su inconstancia y que cuando uno de ellos predomina sobre el otro aparecen desajustes importantes en los procesos de coordinación de las reacciones reflejas.
Mediante el estudio de las relaciones funcionales entre los centro nerviosos se ha logrado establecer que, ante la excitación de un centro que responde a necesidades priorizadas del organismo, las acciones estimulantes que aparecen en los centros nerviosos vecinos no solo no provocaran las respuestas específicas que deben ser generadas sino que intensifican y aceleran la actividad del primero.
En la conducta del hombre constantemente se observan efectos de éste tipo, reacción funcional denominada dominante biológico.
Con este termino pretende identificarse la existencia de un foco de excitación que predomina en el funcionamiento del sistema nervioso central y que determina la dirección de la actividad fundamental del organismo, por ser biológicamente, más necesaria. Los rasgos fundamentales del dominante biológico son: elevada excitabilidad de los centros nerviosos, estabilidad en el tiempo de la excitación, facultad de adicionar irritaciones ajenas e inercia del dominante.
Para que surja el dominante resulta imprescindible un elevado nivel de excitación de las células nerviosas que integran el centro nervioso, lo que está condicionado por diversas influencias nerviosas y humorales. El dominante puede ser un estado prolongado que determina la conducta del organismo en un plazo más o menos extenso.
No todo foco de excitación que surja en el sistema nerviosos central puede convertirse en dominante. Para ello es necesario que sea capaz de adicionar la excitación de cualquier estímulo inesperado. Esto quiere decir que no es la fuerza de la excitación lo que hace aparecer el dominante biológico en la actividad de determinado centro nervioso, sino la capacidad que éste tenga para acumularla. Mientras más neuronas participen en un foco de excitación determinado mayor será el dominante y con mucha más profundidad logrará inhibir las actividades propias de otras acciones del sistema nerviosos central, lo que provoca en ellas la inhibición conjugada.
La presencia de una gran cantidad de neuronas en un sistema operativo funcional dominante puede establecerse a partir del ajuste colectivo de su actividad a un ritmo general común, mediante la capacidad de asimilación del ritmo.
La inercia que tipifica al dominante biológico es una particularidad de extraordinaria importancia, que se manifiesta por la presencia de este estado tanto después de cesar el estímulo inicial como al realizar reflejos motores en cadena. La inercia también se manifiesta en la posibilidad del dominante de mantenerse como huella, es decir, como dominante potencial. Esto último puede observarse en el deportista durante la aparición del estado de pre-arranque, cuando se activan los mecanismos reflejo-condicionados que específicamente participan en el sistema de trabajo durante el entrenamiento.
El sistema de centros nerviosos dominantes se perfecciona en la medida en que se forma el hábito motor y de él quedan excluidos los centros nerviosos que no resultan indispensables para la realización de la actividad motriz. Esto manifiesta la constante interacción entre los procesos de excitación e inhibición tanto entre los diferentes centros como dentro de los límites de cada uno de ellos.
Para ser más precisos, la realización de un movimiento de flexión reclama no sólo la participación de los músculos flexores, sino además la relajación simultánea de la musculatura extensora. Ante una situación de este tipo, en las motoneuronas que regulan el trabajo de las estructuras musculares flexoras aparece la excitación mientras que en las que controlan el trabajo de los efectores extensores se produce la inhibición. Esta forma de interrelación de la coordinación entre los centros nerviosos motores que se localizan en la médula espinal se ha denominado inervación cruzada, combinada o recíproca de los músculos antagónicos.
Por analogía con los procesos físicos, la aparición o intensificación del estado de inhibición en los centros nerviosos que regulan la actividad contraria o antagónica se denomina inducción y puede presentarse de manera simultánea o consecutiva.
Está demostrado que durante la acción motora propia del movimiento, las relaciones recíprocas constituyen la forma fundamental de coordinación, pero junto a ellas, las fases de la actividad simultánea de los músculos se manifiestan intensamente.
Existen tres tipos fundamentales de neuronas, las aferentes o centrípetas, que transmiten la información desde los receptores hacia el sistema nervioso central. Los cuerpos de éstas neuronas se localizan fuera del sistema nervioso central, básicamente en los ganglios cerebroespinales y en los ganglios de los nervios cráneo-espinales. Las aferentes o centrífugas, que tienen como tarea principal comunicar a diferentes sectores del sistema nervioso central con las estructuras efectoras del organismo. Por último, las intermedias, también conocidas como intercalares, son generalmente mucho más pequeñas y efectúan la comunicación entre diversas neuronas. En correspondencia con las múltiples ramificaciones que se observa en el axón de estas pequeñas células están en capacidad de excitar de manera simultánea a un gran grupo de otras neuronas.
Dentro de la propia neurona, los diferentes elementos estructurales que la conforman presentan particularidades funcionales y diferente carácter fisiológico. Las dendritas se encargan de permitir que las señales tengan acceso a la célula nerviosa. Mediante el axón se garantiza la transmisión de información a otras células nerviosas y a órganos encargados del trabajo.
El núcleo constituye casi una tercera parte de la dimensión total del cuerpo celular y contiene una cantidad bastante estable de ácido desoxirribonucleico (DNA). Los nucleolos que lo integran participan en el suministro de ácido ribonucleico (RNA) y proteínas a la célula. La neurona está cubierta por una membrana semipermeable que permite la regulación iónica dentro de la célula y su intercambio con el medio externo. Ante una irritación se modifica la permeabilidad de la membrana, lo que tiene un significado especial en el surgimiento del potencial de acción y en la transmisión de los impulsos nerviosos. Las neuronas cuentan con estructuras especializadas, las mitocondrias, que se encargan de los procesos oxidativos para la formación de combinaciones ricas en energía y su función se incrementa con el entrenamiento físico sistemático.
Cuando aparecen influencias negativas tales como la fatiga, el sobrecalentamiento, etc., la intensidad de los procesos oxidativos se incrementa en las células ubicadas en las secciones más elevadas del sistema nervioso central, principalmente en aquellas que se localizan en la corteza de los grandes hemisferios. También se aprecian cambios funcionales de mucha importancia en las mitocondrias, tan agudos que pueden provocar su destrucción, y que se acompañan de una reducción parcial o total de la actividad de la neurona.
En el metabolismo neuronal lo más significativo se localiza en la rapidez de su desarrollo y en el predominio de los procesos aerobios. Esto explica que breves alteraciones del suministro de oxigeno al cerebro puedan provocar cambios irreparables en el funcionamiento de las células que lo integran.
La actividad de las neuronas se caracteriza por la presencia de procesos tróficos, es decir, por el incremento de la síntesis de proteínas. Cuando aparecen razones que provocan la excitación de las células nerviosas, como es el caso del entrenamiento deportivo sistemático, en los tejidos que integran éstas se observa una considerable elevación de la concentración de proteínas y de RNA, mientras que la presencia de estas sustancias se reduce cuando aparecen procesos inhibitorios como la fatiga. En el periodo de tiempo en que se desarrolla la recuperación, los niveles de los elementos indicados retornan a sus valores iniciales.
El suministro de oxigeno y de glucosa a las células nerviosas se garantiza por la existencia de una densa red capilar que se ocupa de permitir la llegada de grandes volúmenes de sangre. Cada neurona grande recibe sangre por varios capilares y las pequeñas se encuentran irrigadas por vasos capilares comunes.
Al pasar al estado activo, las células nerviosas requieren de la intensificación del suministro de sangre para elevar la recepción de oxigeno y sustancias nutritivas. Junto a ello, la escasa compresibilidad del tejido nervioso y la dureza de los huesos del graneo limitan el incremento del suministro de sangre, ante la realización del trabajo. Esto logra compensarse mediante mecanismos de redistribución que permiten acentuar la circulación sanguínea en los segmentos activos del cerebro y disminuirla en aquellos que se encuentran en reposo.
En el adecuado funcionamiento de este mecanismo es de suma importancia la participación de fibras musculares lisas presentes en los conductos arteriales, que participan en el aumento o disminución de la luz de los vasos, según sea necesario, para modificar la irrigación sanguínea en diferentes sectores del cerebro. Cuando la actividad física es tan intensa, o prolongada, que genera la aparición de la fatiga aumenta el tono de los vasos arteriales lo que implica la disminución del volumen de sangre que llega al tejido nervioso.
Una importante característica de la circulación sanguínea en este segmento del cuerpo radica en que se desarrolla mediante un sistema especializado, que garantiza disminuir las pulsaciones en el torrente sanguíneo intracraneano, lo que beneficia la circulación celular. También por ello es posible la estabilidad de la circulación en las diversas partes del cerebro cuando la cabeza ocupa cualquier posición con relación al tronco.
Tanto los elementos estructurales de la célula como los mecanismos encargados de entregarle las sustancias nutritivas que le permitan desarrollar su actividad están diseñados para garantizar que la célula nerviosa ejecute plenamente sus funciones principales, que consisten en la percepción de la información (estímulos, irritaciones) y que se conoce como función receptora; el procesamiento de esa información, es decir, la función integradora y la transmisión de las respuestas a dichas informaciones a otras neuronas, o a diferentes estructuras del organismo, se conoce como función efectora.
Al particularizar en el cumplimiento de estas funciones resulta posible distinguir dos tipos de neuronas conformando las estructuras del sistema nervioso central:
1. Las células que transmiten la información a grandes distancias, es decir, aquellas que comunican diferentes secciones del sistema nervioso central entre sí, las que se ocupan de enlazar la periferia con el centro y las que relacionan al centro con la unidad ejecutora. Son neuronas de grandes dimensiones, tanto aferentes como inhibidoras, diseñadas para asumir las complejidades de los diferentes estímulos que llegan por su conducto.
2. Las células que aseguran las relaciones interneurales en el ámbito de las estructuras nerviosas. Son pequeñas neuronas que se localizan en la médula espinal, en la corteza de los hemisferios cerebrales, etc. y que solo perciben las influencias nerviosas a través de las sinapsis excitadoras y que no se encuentran en capacidad para asumir los complejos procesos de integración de las influencias sinápticas locales. Estas células son empleadas para transmitir las influencias excitadoras e inhibidoras a otras células nerviosas.
Todos los estímulos que llegan al sistema nervioso son transmitidos a las neuronas a través de ciertos sectores de su membrana, que se encuentran en la zona de los contactos sinápticos y se realiza, en la mayoría de las células nerviosas, utilizando mediadores químicos. La modificación de la magnitud del potencial de membrana es la respuesta neuronal a un estímulo externo. Mientras mayor sea la cantidad de sinapsis que existe en una neurona mayor será su capacidad de percepción de los diferentes estímulos y en consecuencia, más amplia la esfera de influencias de su actividad y las posibilidades de participación en las variadas reacciones del organismo.
Mientras más compleja sea la función integradora de la neurona, mayor desarrollo presentan las sinapsis axodendríticas. Estas son particularmente características de las células piramidales de la corteza de los grandes hemisferios. Los impulsos nerviosos que llegan la parte presináptica del contacto provocan el vaciado de las vesículas sinápticas con la salida del mediador químico, hacia la abertura sináptica.
La entrega del mediador químico se compensa gracias a que las vesículas sinápticas se concentran en las proximidades de las aberturas sinápticas, conocidas como zonas activas u operativas. Mientras mayor cantidad de impulsos pasen por la sinapsis más elevada será la cantidad de vesículas que se desplacen hacia ésta zona y se fijen a la membrana presináptica.
Los efectos de la activación de la sinapsis pueden ser excitadores o inhibidores, y en correspondencia con ello, las neuronas que excitan segregan un mediador estimulante mientras que las células inhibidoras entregan un mediador químico que inhibe.
Ante las influencias estimulantes, aumenta la permeabilidad de la membrana y posibilita la disminución de diferencia de potenciales a ambos lados de la membrana, es decir su despolarización. En este caso se observa una pequeña oscilación negativa del potencial de membrana, potencial postsináptico excitador, que crece hasta alcanzar su máxima dimensión y luego disminuye.
Cuando la acción estimulante tiene un carácter inhibidor, la permeabilidad de la membrana no se incrementa de manera significativa. Ante esta situación se puede observar una oscilación positiva que es propia del potencial postsináptico de inhibición.
Las variaciones que se presentan en el potencial de membrana de una neurona son el resultado de una compleja interacción, de potenciales postsinápticos de excitación e inhibición que aparecen continuamente en las sinapsis activadas del cuerpo y en las dendritas la célula nerviosa. En la membrana de las células nerviosas se produce una combinación sistemática de oscilaciones positivas y negativas del potencial. Cuando se activan simultáneamente varias sinapsis de excitación, el potencial postsináptico de excitación de la neurona resulta la sumatoria de los potenciales locales presentes en cada sinapsis.
Si aparecen dos influencias estimulantes de diferente carácter en la sinapsis, la preponderancia de las inhibidoras generan la hiperpolarización de la membrana y cesa la actividad celular. Esto quiere decir que la excitabilidad de la célula aumenta sólo si los potenciales generados logran la despolarización de la membrana. La generación de una respuesta por la neurona ocurre cuando el potencial la membrana alcanza el valor umbral, denominado nivel crítico de despolarización, lo que implica el ingreso de iones de sodio a la célula y la aparición del potencial de acción.
El potencial de acción es un proceso que se propaga; el impulso se traslada desde el cuerpo de una neurona hacia otra, o hacia una estructura ejecutora, a lo largo del axón y se realiza la función efectora de la neurona.
De tal suerte, el proceso que se desarrolla en una neurona activada puede describirse como un sistema que forma la cadena siguiente: potencial de acción en la neurona precedente, que genera la liberación del mediador químico en la abertura sináptica, que aumenta la permeabilidad de la membrana postsináptica, (que se despolariza o hiperpolariza), que provoca la interacción del potencial postsináptico de excitación o inhibición según el caso, que si la excitación predomina se desplace el potencial de membrana, que alcanza su nivel crítico de despolarización, que provoca el surgimiento del potencial de acción, que se propaga por el axón hacia otra neurona u órgano.
De aquí se deduce que el potencial de membrana es un parámetro fundamental que define la importancia de los índices principales del estado funcional de la neurona: su excitabilidad y su labilidad. La excitabilidad de la neurona es la facultad que ésta tiene para responder a la influencia sináptica del potencial de acción y depende del potencial de membrana y del nivel crítico de despolarización. Si se tiene en cuenta que éste último es relativamente estable en condiciones normales de actividad, entonces, la excitabilidad de la neurona está determinada, fundamentalmente, por la magnitud del potencial de membrana.
Cuando aparece una fuerte excitación en la célula nerviosa surgen potenciales postsinápticos de excitación de gran amplitud, que sobrepasan ampliamente el nivel crítico de despolarización, manteniéndose en ese estado por un tiempo relativamente prolongado. Esta situación permite que la neurona esté en condiciones de generar potenciales de acción durante todo el período de despolarización supraumbral.
La magnitud de la despolarización de las células depende, linealmente, de la frecuencia de los estímulos. Cuando los segmentos superiores del cerebro emiten impulsos de variada frecuencia a las secciones inferiores, regulan su excitabilidad y realizan el control de las reacciones de respuesta del organismo.
Por su parte, se entiende como labilidad la rapidez con que transcurren las reacciones funcionales básicas sobre las que se fundamenta su excitación, o dicho de otra forma, la cantidad de estímulos generados por la motoneurona en la unidad de tiempo.
La célula nerviosa logra alcanzar el nivel optimo de excitabilidad y labilidad así como el nivel más alto de su actividad rítmica, cuando existe una magnitud estable del potencial de membrana, lo que constituye una importante condición para garantizar la transmisión de la información del sistema nervioso y desarrollar las reacciones más adecuadas.
La estructura y las funciones del sistema nervioso central del hombre constituyen el resultado de un intenso y profundo proceso evolutivo que ha llegado a la corticalización, es decir, a la subordinación de todas las restantes secciones del sistema nervioso a su estructura central y a la fiscalización de la corteza de los grandes hemisferios cerebrales. De ello se comprende que, en los animales superiores incluyendo al hombre, una neurona aislada no es capaz de regular ninguna función; para ello se requiere la participación de determinados grupos de células nerviosas, los centros nerviosos.
Estas agrupaciones nerviosas responden, mediante las correspondientes acciones reflejas, a las excitaciones procedentes del exterior, de receptores que con ellas se relacionan. Los centros nerviosos también reaccionan ante las modificaciones químicas que se desarrollan en la sangre que llega hasta ellos.
Las reacciones complejas que afectan a cualquier órgano se relacionan con la actividad de diversos centros nerviosos ubicados en diferentes niveles del sistema nervioso central, es por ello que las propiedades los centros nerviosos definen el carácter de las reacciones de respuesta. Estas propiedades guardan una estrecha relación con las características de la conducción de la excitación a través de las sinapsis que unen las diversas células nerviosas.
De manera contraria a la fibra nerviosa, capaz de conducir la excitación de manera bidireccional, en los centros nerviosos la onda excitatoria sólo se desplaza del área sensitiva hacia la zona eferente, es decir, se conduce unidireccionalmente, lo que está condicionado por las particularidades de la transmisión sináptica en células nerviosas, que se caracteriza por la segregación del mediador químico sólo en la porción presináptica de la sinapsis lo que impide el paso de la excitación en sentido inverso.
Otra propiedad de los centros nerviosos radica en la conducción retardada de la excitación. Ello ocurre ya que en la neurona existen dos mecanismos base para la conducción de la excitación, el eléctrico y químico. El primero se realiza con una gran velocidad de desplazamiento (100 – 140 m/seg), en tanto el segundo se desarrolla con una notable lentitud proporcional.
El retardo de la conducción se relaciona entonces con el tiempo que se pierde desde que el impulso llega a la sinapsis hasta que surgen los potenciales de excitación o inhibición. Esta demora se denomina retardo sináptico.
En ese tiempo el estímulo presináptico provoca que se llenen las vesículas sinápticas, que se produzca su segregación y que el mediador químico salga por la abertura sináptica, afectando a la membrana postsináptica y provocando la aparición del potencial postsináptico, que a su vez requiere de tiempo para alcanzar su nivel óptimo y transformarse en potencial de acción.
Como en cualquier acción se requiere la participación de una cantidad considerable de células nerviosas, resulta evidente la aparición de una cantidad sumaria del retardo de la transmisión de la excitación por los centros nerviosos, que se conoce como tiempo central de conducción.
Teniendo en consideración que el tiempo que se emplea para el paso de la excitación por las fibras nerviosas es significativamente breve, tanto desde los receptores periféricos hacia los centros nerviosos, como desde éstos a los órganos ejecutores, se considera que el tiempo transcurrido desde que aparece la acción estimulante hasta que se produce la respuesta, conocido como período latente del reflejo, es igual al tiempo central de conducción. El entrenamiento deportivo es una vía para lograr el perfeccionamiento funcional de los centros nerviosos, para acelerar la conducción de la excitación y posibilitar el reajuste de las cadenas nerviosas que participan en la transmisión del impulso nervioso.
También es propio de los centros nerviosos la adición de estímulos. Esto ocurre cuando pequeños estímulos llegan a la membrana presináptica, provocando la aparición de potenciales de excitación subumbrales. Para que la magnitud del potencial presináptico de excitación llegue al nivel crítico se requiere la acumulación de varios potenciales subumbrales. Esta adición puede presentarse de dos maneras, la espacial y la temporal.
La adición espacial se registra cuando sobre una misma célula actúan diferentes estímulos subumbrales que provienen de diferentes receptores, de manera simultánea. La adición temporal ocurre cuando una misma vía aferente se activa por la acción sucesiva de pequeños estímulos subumbrales. Por vía de la adición es posible crear la base formación de cadenas neuronales que determinan la conducta de todo el organismo y se fundamenta en el desarrollo de los reflejos condicionados.
Los centros nerviosos pueden asimilar o transformar el ritmo de los impulsos que llegan de manera rítmica. Esta capacidad de la neurona para reaccionar reajustando, asimilando o imponiendo un ritmo de trabajo, tiene gran importancia para organizar la interacción entre los diferentes centros nerviosos, entre los diferentes segmentos del sistema nervioso y, particularmente, para la organización de los movimientos rítmicos del hombre.
Gracias a esta propiedad las células nerviosas tienen la posibilidad de actuar al mismo tiempo en un complejo operacional sin que los diferentes ritmos de estimulación generen interferencias. Ello sirve de fundamento para aumentar la capacidad funcional de diversos mecanismos reflejos, así como del organismo como un todo, lo que ocurre fundamentalmente bajo la influencia del entrenamiento deportivo sistemático.
Por último, el estado activo de la célula nerviosa, o del centro nervioso, se prolonga en el tiempo aún después de finalizar la acción estimulante. Esta situación se extiende más en las estructuras en las regiones superiores del sistema nerviosos central y se conoce como “proceso de huella”.
Existen procesos de huellas de carácter manifiesto y otros de carácter oculto. Los primeros se relacionan con los procesos de corta duración. Los segundos, tienen que ver con mecanismos de naturaleza mucho más compleja.
Las funciones de huella breves, posteriores a la acción, con una duración de hasta una hora, constituyen la base de la memoria de corta duración, mientras que las huellas prolongadas, que se relacionan con modificaciones de carácter bioquímico en la estructura de la célula, son el fundamento de la memoria de larga duración.
La existencia de las propiedades enunciadas en los centros nerviosos indica la necesidad de determinado nivel de regulación y concordancia de los mecanismos reflejos que tipifican la actividad del sistema nervioso central. La relación dinámica que se establece entre los procesos de excitación, que constituyen el fundamento de todas las funciones reguladoras complejas del organismo, las particularidades de su presencia simultánea en diversos centros nerviosos, así como su cambio alterno en el tiempo, son factores que definen la exactitud y oportunidad de las reacciones de respuesta del organismo ante las más diversas influencias internas y externas.
La llegada de ondas aferentes al centro nervioso provoca que en éste aparezca uno u otro estado, es decir la excitación o la inhibición.
En situaciones particulares el estado que aparece en un centro puede extenderse a centros nerviosos vecinos. A esta forma de extensión de la excitación o de la inhibición se denomina irradiación.
Esta situación es posible debido a la gran interrelación neuronal de un centro nervioso con otro, ya que al presentarse la acción estimulante sobre un receptor, la excitación puede propagarse hacia cualquier neurona dentro del sistema nervioso central. Mientras mayor sea la fuerza de la estimulación aferente y más alta la excitabilidad de las neuronas circundantes, mayor será el área que podrá abarcar la irradiación como proceso, que desempeña un papel positivo en la formación de nuevas reacciones del organismo.
La activación de un gran conjunto de centros nerviosos posibilita la selección, dentro de ellos, de aquellos que resulten más importantes, es decir, permite perfeccionar las acciones de respuestas del organismo, propiciando el surgimiento de nuevas relaciones temporales reflejas entre diferentes centros, lo que constituye la base para la formación de los hábitos motores.
Pero en igual medida, la irradiación de la excitación puede ser la causa que engendre estados negativos en la conducta orgánica ya que puede alterar las particularmente delicadas relaciones de equilibrio entre los estados de excitación e inhibición en los centros nerviosos y conducir a desajustes en la actividad motriz.
A partir de lo señalado puede entenderse el insoslayable papel que corresponde a los procesos de inhibición en la coordinación de la actividad nerviosa. Ante todo es necesario indicar que la inhibición, como proceso, se encarga de limitar la irradiación de la excitación, lo que permite que esta se concentre en los sectores necesarios del sistema nervioso. En segundo lugar, cuando en un determinado grupo de centros nerviosos el estado de inhibición aparece simultáneamente con la excitación en otros centros, se excluye con ello la participación de efectores innecesarios para una acción motora en ese momento. Por último, la inhibición en los centros nerviosos tiene una función defensiva ya que los protege contra acciones estimulantes que sobrepasen su capacidad funcional.
Aún cuando los procesos de inhibición y excitación se interrelacionan de manera armónica y funcional es preciso indicar que la actividad de los centros nerviosos se caracteriza por su inconstancia y que cuando uno de ellos predomina sobre el otro aparecen desajustes importantes en los procesos de coordinación de las reacciones reflejas.
Mediante el estudio de las relaciones funcionales entre los centro nerviosos se ha logrado establecer que, ante la excitación de un centro que responde a necesidades priorizadas del organismo, las acciones estimulantes que aparecen en los centros nerviosos vecinos no solo no provocaran las respuestas específicas que deben ser generadas sino que intensifican y aceleran la actividad del primero.
En la conducta del hombre constantemente se observan efectos de éste tipo, reacción funcional denominada dominante biológico.
Con este termino pretende identificarse la existencia de un foco de excitación que predomina en el funcionamiento del sistema nervioso central y que determina la dirección de la actividad fundamental del organismo, por ser biológicamente, más necesaria. Los rasgos fundamentales del dominante biológico son: elevada excitabilidad de los centros nerviosos, estabilidad en el tiempo de la excitación, facultad de adicionar irritaciones ajenas e inercia del dominante.
Para que surja el dominante resulta imprescindible un elevado nivel de excitación de las células nerviosas que integran el centro nervioso, lo que está condicionado por diversas influencias nerviosas y humorales. El dominante puede ser un estado prolongado que determina la conducta del organismo en un plazo más o menos extenso.
No todo foco de excitación que surja en el sistema nerviosos central puede convertirse en dominante. Para ello es necesario que sea capaz de adicionar la excitación de cualquier estímulo inesperado. Esto quiere decir que no es la fuerza de la excitación lo que hace aparecer el dominante biológico en la actividad de determinado centro nervioso, sino la capacidad que éste tenga para acumularla. Mientras más neuronas participen en un foco de excitación determinado mayor será el dominante y con mucha más profundidad logrará inhibir las actividades propias de otras acciones del sistema nerviosos central, lo que provoca en ellas la inhibición conjugada.
La presencia de una gran cantidad de neuronas en un sistema operativo funcional dominante puede establecerse a partir del ajuste colectivo de su actividad a un ritmo general común, mediante la capacidad de asimilación del ritmo.
La inercia que tipifica al dominante biológico es una particularidad de extraordinaria importancia, que se manifiesta por la presencia de este estado tanto después de cesar el estímulo inicial como al realizar reflejos motores en cadena. La inercia también se manifiesta en la posibilidad del dominante de mantenerse como huella, es decir, como dominante potencial. Esto último puede observarse en el deportista durante la aparición del estado de pre-arranque, cuando se activan los mecanismos reflejo-condicionados que específicamente participan en el sistema de trabajo durante el entrenamiento.
El sistema de centros nerviosos dominantes se perfecciona en la medida en que se forma el hábito motor y de él quedan excluidos los centros nerviosos que no resultan indispensables para la realización de la actividad motriz. Esto manifiesta la constante interacción entre los procesos de excitación e inhibición tanto entre los diferentes centros como dentro de los límites de cada uno de ellos.
Para ser más precisos, la realización de un movimiento de flexión reclama no sólo la participación de los músculos flexores, sino además la relajación simultánea de la musculatura extensora. Ante una situación de este tipo, en las motoneuronas que regulan el trabajo de las estructuras musculares flexoras aparece la excitación mientras que en las que controlan el trabajo de los efectores extensores se produce la inhibición. Esta forma de interrelación de la coordinación entre los centros nerviosos motores que se localizan en la médula espinal se ha denominado inervación cruzada, combinada o recíproca de los músculos antagónicos.
Por analogía con los procesos físicos, la aparición o intensificación del estado de inhibición en los centros nerviosos que regulan la actividad contraria o antagónica se denomina inducción y puede presentarse de manera simultánea o consecutiva.
Está demostrado que durante la acción motora propia del movimiento, las relaciones recíprocas constituyen la forma fundamental de coordinación, pero junto a ellas, las fases de la actividad simultánea de los músculos se manifiestan intensamente.
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